Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 138

Sí, eso haré, pienso. Debo dirigirme al hotel Vetusta, pero puedo quedarme en la puerta observando a quienes entran y salen y, si por casualidad localizo al Sapiens que sólo conozco por foto, y no me gusta, pues nada, ¡todo se acabará antes de empezar! O mejor aún: también puedo alquilar una habitación en ese hotel con un nombre distinto... ¡Morbo y precaución mandan! ¡Basta ya!, ¿cómo te atreves a pensar algo así? ¿No le has hecho ya bastante daño a Sapiens?, me dice otra de esas voces cordeleras. ¡STOP! ¡Para el colegio que esto va en serio! Debes llegar allí y, en el peor de los casos, ser sincera y decirle al AMO del norte que lo invitas a cenar como a un buen amigo, pero que no te apetece nada más. ¿Me tranquilizan estas opciones o me ponen más nerviosa aún? Ni siquiera lo distingo, quizás porque las nuevas elucubraciones sólo hacen que mi cabeza se cargue con más y más zozobra. ¿Mi cabeza? Pero ¿de verdad tengo cabeza, la he perdido definitivamente o voy camino de perderla del todo? ¡SOCORRO! ¡Ahora las taquicardias! Tic-tac..., tic-tac..., tic-tac..., tic-tac... El ritmo va cada vez más rápido, y llega a un punto que hasta parece que el tic y el tac están deseando juntarse, para hacer explotar a mi corazón. Este nivel de excitación no me permite analizar qué está pasando o, mejor aún, qué me está pasando. Y menos si tengo en cuenta que llevo sin dormir varios días, a los que hay que añadir ese corazón como de colegiala enamorada, que se mezcla con el de casada perversa que tiene una aventura, y que afloró en mí hace casi un mes; en concreto, cuando tuve la brillante idea de pulsar el botón izquierdo del ratón sobre la palabra CHAT. Sé que debería relajarme pero es imposible. Y eso que desde que cogí el tren en Chamartín he intentado llevarme a mí misma de una oreja, si es que esto existe, para dejarme arrastrar y adormecer por su monótono y prácticamente imperceptible cha-ca-cha-ca, y su vaivén dulzón, su ambiente cálido y envolvente, quizás por la excesiva calefacción de Renfe, y hasta por la extraña y a la vez cotidiana musicalidad de esos pequeños ronquidos que, a destiempo, emanan de la boca de algún viajero que ha tenido la mala suerte de someterse a la falta de estética que supone dormir con la boca abierta. Lo he intentado, es cierto, pero de ahí a conseguirlo va un abismo, quizás porque ese mismo abismo vive dentro de mí y está tan presente como la excitación que siente una niña cuando llega al colegio por primera vez. ¿Niña? ¿Colegio? Sí, ¡otra vez con lo mismo! A mis treinta y pocos años había asumido que tenía una niña dentro, con su curiosidad, la inocencia, la rebeldía y la picardía, las travesuras