Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 125

leer los diarios de sumisas, relatos sobre sus experiencias, los contratos que firman tras su periodo de doma, las famosas «55 reglas de una esclava» y hasta una extraña lista, redactada con tonillo de «Declaración de derechos humanos», que enumera de la A a la Z los Derechos de la sumisa: 1º) Tienes derecho a ser tratada con respeto. 2º) Tienes derecho a estar orgullosa de lo que eres. 3º) Tienes derecho a sentirte segura. 4º) Tienes derecho a sentir, etcétera, etcétera. Cuestiones inevitables: la existencia de una lista sobre los «derechos de la sumisa» ¿en el fondo no denota que hay quien ni siquiera se plantea que puedan tener derechos? Porque si los derechos de cualquier persona se asumen y respetan de manera natural, ¿no sobrarían las listas que los enumeran? Y por otro lado, ¿dónde se reivindicarían estos derechos? ¿Los jueces intentarían restituirlos en caso de que hubiesen sido violados? ¿Y cómo lo harían? ¿Establecerían una indemnización para la sumi agraviada? Otra broma: ¿era el subgrupo social «sumisas» lo suficientemente amplio como para justificar la existencia de una lista con sus derechos, del mismo modo que, por ejemplo, existen los derechos del gremio de enfermeras? Nuevas conclusiones jocosas: el hecho de que el BDSM sea un mundo oculto, ¿impediría que las sumisas se afilien a un sindicato? ¿Quién las representaría? ¿Cómo? ¿Dónde? Extraña realidad: en sólo dos días, he impreso más páginas sadomaso de las que escribió el marqués de Sade en toda su vida. ¡Y eso que la extensa biblioteca erótico-torturadora de Sade no es para bromear! En otro orden de cosas, a los continuos devaneos de cabeza generados por mi particular investigación sadomaso, he de añadir hechos tan significativos como que, desde ayer, duermo desnuda, y desnuda y descalza ando por la casa a todas horas. Por si fuera poco, he llamado a Pedro y le he dicho que no tengo fuerzas para estar con él, porque ni quiero engañar a nadie, ni quiero engañarme yo, ni, sobre todo, quiero decepcionar a un Sapiens que, aunque nunca va a conocer mis proezas, no quería que tuviera más que las relaciones sexuales que ÉL consintiese. Por cierto, lo del sexo en soledad o «en compañía de otros» creo que puede explicarse con el hecho de que si una sumi quiere ser un objeto sexual para su AMO, raramente podrá serlo al cien por cien si mantiene vidas eróticas paralelas que el AMO no conoce. He de decir que cuando llegué a mi casa rozada de pantis hasta ahí mismo, me di un baño de espuma. Eso sí, una vez en la bañera vinieron a mi mente dos recuerdos interesantes. Primero: a Sapiens le gustaba, según decía, que su perra estuviese siempre caliente y dispuesta y que no pasase hambre. Segundo: a lo tonto y mientras fui una falsa sumisa, entre el primitivo chat, el Messenger posterior y, sobre todo, el teléfono final, me cayeron más orgasmos reales que pelos tengo en la cabeza... Quizás por culpa de estos recuerdos-ideas empecé, inconscientemente, a acariciarme todo el cuerpo en la bañera, despacio, muy despacio, cerrando los ojos e imaginando que eran las manos de Sapiens las que me masajeaban cada centímetro de piel. Lo demás vino solo: «¡No