Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 126

puedes masturbarte sin su permiso!» «¡No puedes masturbarte sin su permiso!» «¡No puedes masturbarte sin su permiso!», insistía una voz interior... Por suerte, y gracias a mi desbordante imaginación, lo que pasaba en aquella bañera no era la paja que una desobediente «sumisa-sola» se estaba haciendo, sino el polvo que un AMO del norte le estaba echando a una sumisa del sur. Eché más gel en el agua porque me encanta zambullirme en un mar de espuma, para después dejar que mis dedos-Sapiens empezaran a jugar con el clítoris, hasta hacerlo vibrar con una especie de corriente eléctrica que le hacía aumentar su tamaño. Sin dejar de acariciarlo con los dedos de la mano derecha, comencé a utilizar los de la izquierda para inspeccionar mi vagina: primero introduje uno y cuando ya noté que me lo pedía a gritos, metí el segundo haciendo que los dos dedos entraran y salieran de ese orificio que empezaba a demostrarme su plenitud regalándome unos fluidos que, poco a poco, se iban mezclando con el agua espumosa. En contadas ocasiones, dejaba de acariciar el clítoris porque mis pechos delataban la necesidad de jugar también a través de unos pezones que se iban poniendo más y más duros cada vez. Como Sapiens me mandó por teléfono, y antes por Messenger, acaricié mis pezones y hasta los retorcí para provocarme dolor con el gesto de querer arrancarlos de las tetas, aunque entendí y sentí en mi propia piel que la finalidad de este juego tortuoso no era más que la de hacerme sentir el placer y una sensibilidad desconocidos para mí hasta entonces. Acariciando mi cuerpo palmo a palmo, retorciendo y estirando mis pezones, haciendo girar mi clítoris con una suave presión circular, metiendo y sacando con ritmo los dedos de mi vagina y, sobre todo, cerrando los ojos e imaginándome que todo este proceso lo llevaba a cabo Sapiens, tuve un orgasmo dulce y muy suave, aunque en el último momento hasta me invadió cierto remordimiento porque recordé que Sapiens no me había dado permiso para correrme. Mis fantasías, desbordantes y desatadas hasta rayar en el cinismo, borraron los supuestos remordimientos haciéndome creer que no estaba desobedeciendo a nadie, puesto que era AMOSAPIENS el que, al hacerme el amor en la bañera, me daba la orden de correrme después de aquellas secuencias que no sé cuánto tiempo pudieron durar. Unos minutos más tarde salí turbada y masturbada del agua, sequé mi cuerpo, le di crema imaginando de nuevo que era Sapiens el que volvía a masajearme con mimo y como si yo, «su sumi», fuese también un gran tesoro que a ÉL le gustaba mimar y cuidar. Un segundo después, tomé las riendas de mi desbordante imaginación y me situé en el aquí y el ahora al coger la epilady y ponerla en posición de rasurar y no de arrancar el vello de raíz. Esta vez sí me rasuré, ¡entera!, y de verdad. Además, me di cuenta de que en aquellos diarios de antaño, no mentí tanto: la nueva situación me parecía incómoda y liviana a la vez, y por si fuera poco, era imposible reconocer mis intimidades en el espejo. Por cierto, también le encontré sentido a la orden de depilar el coño en su totalidad. Al menos me pareció que, del mismo modo que a una novicia le cortan el pelo cuando entra a