Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 122

era un gusto personal de Sapiens que, ¡para colmo de simbiosis!, coincidía con mis gustos en cuanto a color preferido o, por el contrario, era el color con el que debían vestir las sumis durante su periodo de doma. Llegué a la conclusión de que las dos opciones eran correctas: el negro era un color que a Sapiens le encantaba, porque me lo comentó más de una vez y, en otro orden de cosas, podía coincidir que las sumis vestirían muchas veces de negro durante su doma porque también Sapiens me comentó que, en las ceremonias de BDSM, cuando se proclama oficialmente la condición de sumisa de alguien que ya ha superado el periodo de doma, a la nueva esclava se la viste con una túnica blanca como símbolo de pureza y nueva etapa que surgirá tras esta preciosa iniciación. ¡Qué irónico, oculto y opuesto a otras realidades es el BDSM! Normalmente, el blanco es el color de las novicias y las doncellas, que sólo lo sustituirán por otros colores como el negro cuando se conviertan por fin en monjas o mujeres casadas. En cambio, en el mundo sadomaso, el negro, entre otros, puede ser el color de la doma de la sumi, que sólo se vestirá de blanco cuando, ¡por fin!, sea una sumisa completamente domada y, por consiguiente, un ser puro que, a través del placer y el dolor, abrirá una ventana luminosa para comunicarse con su AMO. He de decir que, además de vestida de cucaracha, el viernes también acudí al trabajo sin bragas. Y, no es por nada, pero con el roce continuo del panti sobre mi sexo, entendí por fin a cuento de qué venía la orden de Sapiens de prohibirme el uso de cualquier cosa que tapara mi coño: desde los pantalones, hasta esas fajas que no me había puesto en la vida, o las bragas y los tangas. Creo que también entendí el porqué de esta orden: las mujeres estamos tan acostumbradas a proteger esa parte de nuestra anatomía, bien con la ropa interior, bien con el cruce de piernas o bien con las dos cosas, que de haber seguido con estas inercias una vez que se decide ser sumisa de verdad, hubiera resultado más que difícil que se recuerde la nueva condición y su diferencia con la anterior. En cambio, y al menos en mi caso, sin bragas o con el incómodo panti rozándome el coño a todas horas, también a todas horas recordaba a la fuerza a AMOSAPIENS. ¡Segunda antigua incongruencia, ya comprendida! No está mal... A su vez, mientras estaba trabajando frente al ordenador o intentando leer los plúmbeos manuscritos de los esperanzados autores noveles, hice el esfuerzo de colocar mi espalda recta, no cruzar las piernas y mantener entreabiertos los muslos uno o dos centímetros. Vencer la inercia de encorvar la espalda o cruzar las piernas fue casi imposible, pero me consoló el hecho de haberme propuesto que, al menos mientras fuese consciente de ello, intentaría con todas mis fuerzas mantener ese equilibrio postural. Por cierto, creo que también le vi un sentido a esta orden, que antaño también me pareció arbitraria: con la espalda recta mis senos se realzaban y mi figura resultaba mucho más atractiva que con otras posturas. No es por nada,