Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 121

para colmo de desentendimiento, mi sexo ha deseado la polla y la fusta de Sapiens con más intensidad que un niño caprichoso desea un helado una tarde de verano. Hablando de deseo: creo que también ayer la cota de lujuria alcanzó unos niveles tan elevados que, de nuevo un impulso incontrolable, me hizo ir al ordenador y buscar el archivo del Messenger del día 8 de marzo, cuando acababa de decirle «sí» a Sapiens y me mandó arrancarme las bragas para después seguir al pie de la letra unas «instrucciones-paja». ¡Hummmm! Esta vez me masturbé de verdad y sentí como si con esa paja que me iba haciendo al tiempo que la leía en la pantalla del PC cumpliese con una especie de asignatura pendiente. Por cierto, salvo por el ya incordiante y monotemático «asunto culo», puedo afirmar que me lo pasé más que bien... En fin. ¿Qué puedo ser o no ser, si una fuerza me tira del brazo derecho y otra del izquierdo? ¿Acaso lo mejor no es intentar vivir lo que siento como buenamente pueda aunque no encuentre una etiqueta que me catalogue de AMA o sumi? De todas formas, personalmente y como de jugar se trata, me sigue gustando más la idea de un mixto, una especie de sumisa insumisa, una AMA-zona y una sumisa porque «si el mundo es yin y también yang, la vida me parece absurda si nos obliga a elegir entre Jane y Tarzán». Sé que también estoy aquí, primero, por la cobardía de que nadie se va a enterar: pienso callarme y no dar mi brazo a torcer en algo que mi cabeza aún no puede asumir. Segundo, por la libertad de experimentar sin la coacción de tener que cumplir y plasmar en un diario unas órdenes que no entiendo, y tercero, por una simple cuestión de carácter. Desde pequeña he sido dócil como un corderito cada vez que me explicaban por qué debía hacer las cosas, pero también es cierto que siempre me he negado a hacerlas si me las imponían sin entender el porqué. Creo que he necesitado saber qué se siente siendo sumisa, pero sin presiones, sin órdenes y con esa docilidad infantil mezclada con rebeldía, que ha sido una tónica en mi vida cada vez que mi cabeza, más autodidacta que otra cosa, ha ido asimilando todo cuanto la rodeaba. Un último detalle: desde los azotes y la «retrasada pero certera» paja cíber, parece que me ha dado otro de esos arranques raros porque me he desnudado y descalzado, para poder andar así de liviana por la casa mientras preparaba la ropa que iba a ponerme para el trabajo del día siguiente. Por cierto, como ya he terminado con la regla, mañana pienso acudir a la editorial sin bragas, aunque con medias opacas, claro y, por descontado, con la vestimenta que en su día aprobó Sapiens: minifalda negra y camisa a juego, sin pendientes ni maquillaje, naturalmente... El viernes 18, acudí al trabajo vestida de cucaracha. No me importó porque no mentí en mis primitivos diarios cuando escribí que el negro es el color del BDSM y, curiosamente, también el de mi armario. Me planteé, no obstante, si el color negro