Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 120

Capítulo 9 Nueva sumisa-sola PRIMER DÍA COMO «SUMISA-SOLA» (jueves 16 de marzo) Aquí estoy de nuevo! Escribiendo un diario un jueves por la tarde, casi noche, y cuando una asquerosa luna menguante ha desaparecido para ceder, ¡por fin!, protagonismo a la esperanzadora y casi imperceptible lámina de la luna mora. O también el día en que, sin que nadie me haya obligado o manipulado para hacerlo, parece que me he convertido en una especie de insumisa sumisa, sumisa insumisa, «sumisa-sola» o como aquel antiguo nick, y su respectivo personaje cabizbajo y triste porque nunca encontraba un AMO de verdad, que yo utilicé de broma en las primeras fases de mi chateo. No puedo saber cómo catalogarme en lo que respecta al mundo sadomaso, porque ahora me entiendo menos que nunca. Por ejemplo, ¿cómo puedo explicar que ayer me diera unos azotes yo sola y sin que nadie me lo ordenara? Sé que por lo menos puedo decir que ya he probado esa sensación «del cuero» de la que Sapiens tanto me hablaba, pero de ahí a comprender que me azotara irreflexivamente, va un abismo... Si intento racionalizar, creo que el dolor interior de echar de menos a Sapiens más de lo que me pareció poder soportar fue lo que me hizo buscar un dolor físico intenso, para distraer aquella molesta sensación del alma a través de un dolor fuerte en el cuerpo. Claro que también es posible que lo hiciera porque a esa nostalgia paralizante se le adhirió un remordimiento de conciencia y un sentimiento de culpabilidad insoportable, surgido quizás por no haberme tomado en serio la filosofía de vida de AMOSAPIENS. Esa tunda de azotes que mi cinturón de cuero y mi escasa habilidad masoquista hicieron caer sobre mi nalga y muslo derechos, en vez de asustarme, amilanarme o molestarme, pareció liberarme de un monstruo invisible que me proporcionó una liviandad tan difícil de explicar como la que aterriza en el alma tras un buen orgasmo. Ser o no ser sumisa, ¡ésa es la cuestión! ¡Si Hamlet levantara la cabeza! Ni siquiera con la muestra evidente de los azotes quiero o puedo decidir nada al respecto: mi cabeza me impide reconocer lo que mi corazón, ¡sólo a veces!, parece querer gritar. Por otro lado, y