Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 117

se ha desmayado de placer o cómo ha llegado a correrse sólo con el hecho de sentir el látigo alrededor de su cuerpo, aunque todavía nadie lo había hecho caer sobre él. —¡Joder, no puedo evitarlo! Eso me sugiere un epitafio. —¿Un epitafio? —Imagínate esta tumba: RIP, RIP, RIP, ¡Hurra! Bueno, o si lo prefieres, esta otra: ¡Ay si hubiera sabido que en esto consistía matarse a polvos! —Jajajajajajajajajajajajajaja. —Perdona, Sapiens, perdona: ya sabes que cuando me pongo nerviosa me da por decir tonterías. —Al margen de tus bromas, te diré que la mezcla de ese dolor con el placer de estar dando placer es lo que la conduce al éxtasis. —¿Y a la inversa? —Por supuesto: el sádico del AMO, y no importa que lo llames así, causa dolor porque a él le gusta, pero sobre todo porque sabe que a través de ese dolor, va a hacer muy feliz a su sumisa. —¡Ea!: Y fueron felices y se hicieron cicatrices... —¡Eres la repera, sumi! ¡Eres la repera! Todo me resultó hermoso y retorcido a la vez. Hermoso porque el objetivo de la relación entre un AMO y una sumisa era llegar a niveles de confianza y sinceridad mutua que parecía ser la clave de todo o de complicidad, complementación y éxtasis, que rara vez se daría en otro tipo de relación. Pero también es cierto que todo me pareció retorcido. Sobre todo cuando recordé una duda ya antigua: si, por ejemplo, a una sumisa le gusta que le acaricien el clítoris, ¿el AMO que quiera satisfacerla se lo acaricia para darle placer, o precisamente para darle placer haciéndola sufrir, deja de acariciárselo? La compleja naturaleza de la sumisa volvió de nuevo a mí, a través de uno de los ya famosos y familiares archivos: Las sumisas son mujeres sexualmente complicadas: necesitan de un nivel de excitación y activación muy altos para lograr el placer. Sin embargo, una vez que encuentran un Amo que sepa someterlas, lo alcanzan a un nivel casi místico... Después de leer aquel texto, volví a llorar porque sentí con una intensidad escalofriante que una parte de mí, que hasta hacía poco me había hecho sentir completa y bella, había desaparecido dejándome huérfana del único ser que podía