Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 104

intuición o mi también escasa psicología: a utilizar, quizás no conscientemente, la única y torpe manera que encontré de evitar que terminara la fantástica relación que mantenía con él. Me equivoqué y mucho porque, aunque lo sabía de sobra, en aquel momento olvidé que Sapiens no era un usuario más del chat, de esos que, momentáneamente, creían que su interlocutor era quien él deseaba encontrar. ¡No, por favor, Sapiens no era así! Sapiens era un AMO de verdad que buscaba a su sumisa con seriedad de BDSM. Dejándome llevar por la excitación de haber descubierto el mundo del Bondage, la Dominación, el Sadismo y el Masoquismo y, por descontado, viviendo con una intensidad desmedida nuestros coqueteos cibernéticos, hice mucho daño, sin ánimo de hacerlo, entreteniéndome con algo que para ÉL era religión. Me comporté como una niñata que se sentía satisfecha jugando a hacerle creer que era quien él quería, pero sin atreverme a serlo en la vida «de verdad». Cometí el error, cobarde error, de decirle que sería su sumisa, meterme en el personaje, intentar comportarme como tal y escribir un diario portador de unos datos que sólo eran reales en mi potente imaginación. Una imaginación, por cierto, que me gastaba la loca y mala jugada de llevarme a participar en esta fascinante historia de un modo tan intenso que, sin distinguir y darme cuenta de la diferencia, aquel juego llegó a parecerme real. Porque es cierto que nunca depilé mis partes íntimas, me arranqué las bragas o me puse aquella falda negra, pero no es menos cierto que cuando escribía el diario o le rebatía a Sapiens las órdenes, no tenía intención alguna de mentirle porque «mi colegio interior» creía en verdad que ya había cumplido aquellos mandatos, o bien no me iba a hacer ninguna gracia cumplirlos. Cuando al poco tiempo eché la vista atrás pensé, en definitiva, que mi comportamiento había sido como el de un niño cualquiera que termina creyéndose el personaje que recrea con sus juegos. Claro que, además de intentar explicar mi actitud con la teoría del maldito «colegio interior», durante el cuarto menguante del satélite no dejé de buscar otras explicaciones sobre lo ocurrido: ¿me había atrapado la magia cibernética hasta el punto de no distinguir la diferencia entre el juego y la realidad? ¿Era el mundo virtual mucho más real de lo que parecía? ¿Tenía el ciberespacio unas implicaciones que no se podían asimilar fácilmente? ¿O es que me había enajenado tanta novedad sadomaso? Imbécil, ilusa, torpe, falsa, irresponsable, inmadura, egoísta e hiriente sin pretender serlo... Me merecí todos y cada uno de estos adjetivos, cuando Sapiens, que no era ningún imbécil, me tendió una trampa en uno de esos momentos en los