Literatura BDSM La Sumisa Insumisa ( Rosa Peñasco ) | Page 105

que me encontraba desinhibida, sin corazas y abandonada a las delicias del relax de un fin de semana en el campo. Un mensaje de móvil el domingo 12 de marzo inició esta horrorosa cuenta atrás: —¿Qué hace mi zorra? —preguntó Sapiens en esa pantalla minúscula. —Tu zorra pasea por el campo y monta en bici, AMO. —En pantalones vaqueros, supongo... —Claro, AMO. Durante el finde tenía libertad para ponérmelos, ¿no? —Sí, perra, pero ten cuidado de que la cremallera no te agarre por los pelos... —Jajajajajajajajaja. ¿Y para qué crees que se inventaron las bragas? ¡Increíble! ¡Qué trampa tan absurda! Porque AMOSAPIENS, retorcido, precavido, controlador y posesivo como cualquier otro AMO, pudo ver a través de un simple mensaje de móvil una farsa que, para colmo de ironías, en mi imaginación nunca lo fue, aunque mi respuesta dejase más que claro que ni me había depilado el coño, ni me había quitado las bragas. El móvil dejó de avisarme de mensajes entrantes durante unos minutos que se me hicieron eternos. Supongo, en fin, que mi respuesta enmudeció al AMO del norte, tanto como su mudez generó después la mía, al tiempo que una ráfaga de lucidez me avisó de la metedura de pata. Pero ya estaba hecho. Ya estaba todo dicho, salvo el último mensaje de Sapiens que me dejó absolutamente perpleja: Búscate a otro idiota a quien puedas engañar. A partir de este momento, le envié un sinfín de mensajes que nunca tuvieron respuesta, como tampoco fueron respondidas las múltiples llamadas a un teléfono que, si Sapiens no desconectó, al menos para mí dejó de estar operativo. Que fui idiota está claro, pero que no hubo mala intención, también. Pensé además que, de nuevo sin querer, debí de tocar a Sapiens algunas fibras de relaciones pasadas o de fracasos de otros tiempos. Y lo creí porque, aunque para él tuvo que resultar horroroso constatar que mi pubis seguía teniendo vello y además iba cubierto con las bragas de rigor, podría haber hablado conmigo, siquiera para intentar distinguir si nunca había cumplido ninguna orden o si, como excepción, me puse ropa interior ese día y nada más. No sé: supongo que intuyó mi mentira, precisamente porque AMOSAPIENS... era ¡Sapiens! Al mismo tiempo que sentía un tremendo dolor al reparar en que todo se acabó por culpa de mis mentiras, poco a poco también fui consciente de la gravedad de esa farsa a la que, en medio de esa inocencia mezclada con éxtasis, nunca le di la