Literatura BDSM La Atadura ( Vanessa Duriés ) | Page 67
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Me sentí liberada, lo que no deja de ser una divertida paradoja, habida cuenta que
acababan de marcarme como a un animal para proclamar en lo sucesivo ante todo el
mundo que pertenecía a un solo hombre, a mi querido y venerado Amo. Y lo cierto es
que nunca me había sentido tan orgullosa de que Él me hubiera elegido.
Pierre me tomó entonces una mano y me dijo que aún tenía que superar otra prueba.
Muy emocionada, cerré los ojos para saborear con mayor intensidad ese instante de
complicidad. Pero, cuando volví a abrirlos, advertí que en el dedo corazón de la mano
derecha me habían colocado un anillo unido a la muñeca por una cadenilla muy fina.
Las lágrimas me empañaron los ojos. Eran lágrimas de emoción, pero también de
despecho. Para mí era más difícil llevar aquella cadena que los anillos que lastimaban
mis carnes íntimas, puesto que la cadena podía traicionar mi secreto y revelar a todo el
mundo la naturaleza de mis relaciones con Pierre. Esa cadena que apresaba mi mano
equivalía a confesar en público mi sometimiento al hombre de mi vida. Tenía la
impresión de que, al compartir este secreto con todo mi entorno, se rompería el hechizo.
Nadie lo comprendería. Nadie podría hacerse una idea cabal acerca de la autenticidad
de mi dicha. Le supliqué a Pierre que me permitiera quitarme la cadenilla, pero ya
estaba cerrada, de modo que tuve que esperar a que el joyero amigo de Pierre colocase un
dispositivo de rosca; así podría quitármela, pero sólo cuando mi Amo me autorizase a
ello.
Como llevaba el anillo cuando iba a la facultad, hubo muchos amigos que elogiaron
esta joya; todo el mundo la encontraba preciosa. Cuando me hacían preguntas
demasiado precisas acerca de los motivos por los que llevaba un objeto tan simbólico,
contestaba lo primero que me pasaba por la cabeza. Decía, por ejemplo, que tenía
orígenes malgaches y que, en aquel país, se empleaba como amuleto, para proteger el
amor y la pasión de los amantes.
Desde que me infibularon, no he vuelto a llevar ropa interior. Incluso las bragas más
ligeras se me hacen insoportables, me irritan y me infligen un auténtico suplicio. Pierre
me obliga a ponerme bragas cuando no he sido lo bastante dócil, y puedo asegurar que