Literatura BDSM La Atadura ( Vanessa Duriés ) | Page 65
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ogrado crear entre nosotros un vínculo indestructible que nada podrá desatar, y mucho
menos la ruptura, pues si algún día nos separásemos, si el desamor llegara a alejarnos y
nuestras fantasías se apagaran, entonces él se volvería inmortal a mis ojos.
14 - Los anillos de oro
Incluso aunque perdiera la memoria, jamás podré olvidar el día de mi vigésimo
cumple- años. Ese día, Pierre vino a buscarme a la salida de la facultad, un
acontecimiento sin duda excepcional. Llena de júbilo, me apresuré a entrar en su
enorme y lujoso coche bajo las miradas de envidia de mis compañeros apiñados en la
acera. Condujo sin decir nada a pesar de mis miradas y a pesar de que mi mano presionó
con ternura la suya antes de perderse en la lanilla azul de su traje. Tras detenerse
delante de la joyería más famosa de la ciudad, me indicó por señas que bajara. Me cogió
del brazo y me abrió la puerta sin haber pronunciado todavía una sola palabra. Una
dependienta avanzó hacia nosotros como si nos esperase. Llevaba una bandeja de
terciopelo negro y nos dirigía una sonrisa algo forzada. En la bandeja, dos anillos de
oro alineados centelleaban en la luz difusa de la tienda.
- Estos anillos de oro son para ti - me susurró mi Amo al oído -. Es el regalo por tus
veinte años: serás infibulada. Quiero que lleves estos anillos en los labios de la vulva
tanto tiempo como yo lo desee.
La emoción me embargó al oír estas palabras. Sabía que, según las costumbres del
sadomasoquismo, colocar los anillos constituía una especie de consagración reservada a
las esclavas y a las sometidas amadas. Era una especie de boda civil reservada a la elite
de una religión que profesaba el amor de un modo tal vez insólito, pero intenso.
Yo estaba impaciente por ser infibulada, pero Pierre decidió que la ceremonia no
tendría lugar hasta un mes más tarde. Eso ilustra a la perfección la compleja
personalidad de mi Amo: cuando me concede una dicha, me obliga también a desearla
durante largo tiempo.