Literatura BDSM La Atadura ( Vanessa Duriés ) | Page 62

62 junto a Pierre el exquisito placer de escandalizar a las personas decentes. Después de todo, ¿qué ley prohibe que una muchacha, a todas luces una niña bien, aparezca atada en un lugar público? Nadie puso objeción alguna y yo intuí, bajo el lógico estupor que mostraban, la concupiscencia de los unos, los celos de los otros y la envidia e incluso el deseo de algunos. El camarero nos trajo una botella de Dom Ruinart, mi champán favorito. Me saqué los billetes del corpiño de charol y se los tendí al camarero. Mi escote, que me dejaba los pechos al aire, lo tenía fascinado. Nuestros vecinos de mesa nos espiaban con mayor o menor discreción. Debía de ser la primera vez que veían atada a un pie de la mesa a una muchacha a quien un hombre llevaba de la correa como a un perro y que además invitaba a champán a sus amigos. Nuestra partida de La Coupole fue aún más espectacular que la entrada. Tan pronto como franqueamos el umbral, Pierre me obligó a ir a gatas hasta el coche, que había dejado aparcado delante de la puerta de la brasserie. Obedecí por el puro placer de jugar. El hecho de no imponerle límite alguno a aquel nuevo afán mío de provocar y de escandalizar me infundía seguridad en mí misma. Estaba convencida de que, en lo sucesivo, podría llegar hasta donde me lo propusiera, y mucho más lejos de lo que llegarían la mayor parte de mis amigas en cualquier otro terreno. Caí entonces en la cuenta de que Pierre, mi Amo, no era tal vez más que una coartada que catalizaba mis emociones, pero, aunque sólo fuera por eso, lo cierto es que se había hecho imprescindible. Aquella noche, sólo lamenté que mi claustrofobia me impidiera acomodarme en el maletero del coche, tal como Pierre me pidió en voz alta, delante de una pareja atónita. 13 - Momentos bajos El amor y la sexualidad son tierras ardientes donde florece la sensibilidad. Y yo, que