Literatura BDSM La Atadura ( Vanessa Duriés ) | Page 55
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Mientras Pierre iba descubriendo mis partes íntimas, empezó a preguntarme lo
bastante alto para que los silenciosos espectadores pudieran oírlo:
-¿Quién es tu Amo, Laïka?
-¡Tú eres mi único Amo! - respondía yo, cerrando los ojos con recogimiento.
Cuando los espectadores menos tímidos empezaron a acercarse a nosotros con la
natural intención de aprovecharse del espectáculo que les ofrecía, mi Amo me hizo
ponerme a gatas y retiró del cinturón de castidad el largo consolador de ébano que
Pierre me había colocado allí al principio de la velada. Mi Amo me ordenó entonces que
borrara con la lengua las visibles huellas de mi excitación.
Acto seguido, tras juzgar que ninguno de los testigos allí reunidos era digno de
compartir nuestra complicidad - notábamos vibraciones negativas e incluso agresivas -,
Pierre me echó la chaqueta sobre los hombros y abandonamos ese lugar y a esas gentes
mediocres para entregarnos solos al amor.
Pierre me obligaba a menudo, en función de su humor y sus fantasías, a llevar el
cinturón de castidad.
Un día se le ocurrió obligarme a llevarlo para ir a clase. Yo estaba aterrada y, por
primera vez, me opuse a algo que él me pedía. Pierre me preguntó entonces dónde
estaban mis bellas promesas de sumisión. Si era su sometida, debía obedecerle. Yo me
mantuve en mis trece, arguyendo que sólo me convertía en un objeto en nuestros
intensos juegos, pero jamás en la vida cotidiana. Pierre replicó que tendrían que volver
a adiestrarme, pero yo no cedí. Por primera vez lo vi furioso. Nos separamos sin decir
palabra. Él se marchó, y yo me eché a llorar.
Me puse e