Literatura BDSM La Atadura ( Vanessa Duriés ) | Page 48

48 presente. Nos habían invitado a Versalles, a casa de una pareja de dominadores de unos cuarenta años. Habíamos coincidido con Patrick y Ghislaine en Sarlat y en Cap d'Agde, y luego volvimos a verlos en varias ocasiones. La cita era cerca del palacio, en el último piso de un edificio burgués, en un local pequeño y discreto, especialmente acondicionado para los ritos sadomasoquistas. Pierre y yo, que nunca habíamos visto nada semejante, nos quedamos asombrados ante el número y la variedad de los instrumentos destinados a la celebración de los ritos y las pruebas. Me fascinó aquella modesta caverna cuyos treinta y cinco metros cuadrados bastaban para albergar más objetos de los que poseían todos los dominadores que habíamos conocido hasta entonces. Había un impresionante surtido de disciplinas (con mango de cuero, de cuerda, de metal, de marfil; con las tiras trenzadas, plomadas, con pinchos incrustados, de cuerda e incluso de terciopelo...), látigos de todas las épocas (algunos comprados en anticuarios y procedentes de colecciones particulares o de prisiones, de esclavos de países lejanos...), potros de tortura (uno de ellos comprado en las salas de tortura auténticas de un castillo del Macizo Central), así como una colección muy completa de vibradores y de todo tipo de con- soladores (uno de los cuales se remontaba a la antigüedad egipcia...). Nuestros anfitriones nos contaron que la velada tendría lugar en París, en casa de una célebre dominadora muy respetada por su re- finada forma de tratar a los esclavos, que acudían a ella desde los lugares más remotos de la Tierra. ¡Alexia!. Había oído los comentarios más elogiosos y estimulantes sobre esta emblemática figura del sadomasoquismo. Estaba convencida de que se trataba de ella, y la perspectiva de conocer a semejante eminencia me asombró tanto que, una vez más, afloró mi timidez. Lo primero que hicieron en cuanto llegué fue vendarme los ojos para aumentar mi angustia. Mi júbilo fue tal que se lo agradecí en secreto a mi Amo, pues a pocos esclavos se les concede estas muestras de honor. De pronto, me encontré sentada