Literatura BDSM La Atadura ( Vanessa Duriés ) | Page 45
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teoría que empezaba a forjarse en mi mente echaba por tierra cuanto hasta ese momento
me habían enseñado: ¿Acaso lo esencial consistía en obtener placer, sin que importara
la manera en que puede o debe obtenerse?
Pierre interrumpió estas reflexiones al ordenarme que me arrodillara para recibir
algunos latigazos que marcaron mis pechos con unos largos tajos. Durante mucho
tiempo, había de exhibir aquellas marcas con orgullo.
Llevo los estigmas de la realidad de mi amor. Me gusta contemplar en el espejo las
huellas que las pruebas sufridas durante las sesiones de sumisión al ser amado han
dejado en mí. Hago el recuento de los rasguños y de las estrías que atraviesan mi piel
nacarada para revivir aquellos intensos momentos de abnegación, como si esta
abnegación fuera capaz de regenerarme y de lograr que yo renazca más bella y más
amada.
Me he convertido en una persona distinta. He cambiado mucho, he aprendido a
dominar- me, a reprimir mi agresividad y, sobre todo, a comunicarme. En realidad, estas
prácticas constituyen un nuevo lenguaje corporal, un nuevo medio de expresión que me
ha revelado Pierre a través de nuestras fabulosas experiencias sadomasoquistas.
Después de que Fiona me hubo separado las nalgas y hundido entre ellas un nuevo
artilugio, más ancho pero muy corto, que resolvió dejar en mi interior hasta el final de
la velada, nos fuimos a cenar al inmenso salón, donde nos sirvieron una comida
deliciosa. Lo cierto es que todos estábamos muertos de hambre. Mientras sucumbía al
pecado de la gula, deleitándome con el foíe-gras y los ceps, olvidé mi condición. Yeso
que estaba sentada a la mesa con los pechos al aire, empalada por el consolador de
látex, que dilataba al máximo un orificio estrecho por naturaleza para facilitar las
penetraciones a las que había de someterme, no sin complacencia, una vez acabada la
cena.
Recuerdo con especial cariño esta tregua en el sótano mágico. Tuve la sensación de