Literatura BDSM La Atadura ( Vanessa Duriés ) | Page 44
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alineaban de la forma más ominosa sobre una mesa baja cubierta con un sudario negro.
Los había observado con el rabillo del ojo durante el breve intervalo en que pude
recobrar la calma: los había de todos los tamaños y texturas, y cada uno tenía una
forma extraña, apropiada para los orificios que debían penetrar y para las sensaciones
que tenían que provocar. El más terrorífico medía más de cuarenta centímetros de
longitud y los dedos de mi mano no hubieran bastado para rodearlo. A decir ver- dad,
estos sucedáneos del miembro viril se me antojaban bastante angustiosos, pues mi
imaginación veía en ellos un grado de obscenidad y de perversión que ni los más severos
artilugios auténticamente sadomasoquistas poseen.
Como me temía, Fiona cogió un instrumento de látex hinchable y, bajo mi aterrada
mirada, se cercioró de que funcionaba. Mediante una pera, el tronco del pene se
hinchaba paulatinamente hasta cobrar un impresionante volumen cónico, tanto que
pensé que iba a estallar.
Con suavidad y determinación, Fiona me introdujo el instrumento. Sin apartar de mí
su intensa mirada, procedió a hincharlo, de modo que mi vagina se dilató de manera
inexorable. Aunque indolora, la sensación era en verdad insoportable. Tenía la
impresión de que mis entrañas se dilataban y que mis carnes íntimas retrocedían ante su
avance para después expandirse ante la invasión del enorme cilindro cónico que parecía
clavárseme hasta lo más profundo. Me odié por no ser capaz de dominar el lacerante
orgasmo que se fraguaba dentro de mí para demostrarme --como si a esas alturas
hubiera necesitado una prueba más- que estaba convirtiéndome en aquello que Pierre
deseaba que fuera: una ninfómana exacerbada, un animal servil a merced de los goces
más perversos. Pese al placer que me abrasaba, me h [Z[X