Literatura BDSM La Atadura ( Vanessa Duriés ) | Page 43
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especulo cuya acerada frialdad me hirió el ano, que se abrió poco a poco debido a la
presión del instrumento, que iba dilatándolo hasta provocarme dolor. Fue entonces
cuando tuve que oír el comentario humillante de Pierre y el juicio del Amo Didier sobre
esta parte tan secreta de mi cuerpo, una parte que nunca antes había sido violada de
ese modo.
Didier dejó el especulo abierto entre mis nalgas y volvió a poner en marcha el
mecanismo vibratorio. Un placer vertiginoso volvió a apoderarse de mí de manera
instantánea, y le oí decirme: «Aprovéchalo, te damos permiso para gozar».
Sin necesidad de que me repitieran la orden, gocé como una demente. Me entregaba
al placer con absoluta libertad, sin contención alguna y sin poder detenerme. Había
dejado de ser yo misma. Jamás, hasta ese momento, habían reaccionado mis entrañas de
aquella manera: chorreaban de placer sin que yo pudiera evitarlo. Los tibios jugos se
escurrían a lo largo de mis muslos, lo que me procuraba una sensación nueva que era
humillante y, a la par, placentera Pierre y Didier acababan de demostrarme que yo no
era sino un objeto privado de voluntad, incapaz de contenerse y de resistirse al
orgasmo. Mi Amo interrumpió bruscamente mi placer con estas palabras: «Eres
indecente, Laïka», pero eso sólo logró centuplicar mi goce...
Me desataron para que descansara un poco, pero este interludio sólo duró el tiempo
necesario para preparar el potro de tortura en el que me ordenaron que me colocara.
Obedecí con docilidad y de buen grado, porque había llegado el momento en que Fiona
iba a ocuparse de mí. Empezó por acariciarme largo tiempo con la fusta fina de cuero
trenzado que llevaba sujeta a la muñeca por una delgada correa. Jugueteó con mi
vulva, excitando el clítoris, separando las carnes y penetrándome con el mango de la
fusta. Después me acarició el cuerpo con asombrosa suavidad y desencadenó en mí
visiones fulgurantes en las que decenas de mujeres que tenían los rasgos de Fiona se
abatían sobre mí para violentarme con aterradora crueldad.
Temía el momento en que Fiona decidiera utilizar los accesorios de látex que se