Literatura BDSM La Atadura ( Vanessa Duriés ) | Page 40
40
agujero inspirado en los glory-holes norteamericanos y destinado, ahora lo sé, a alojar el
miembro del hombre que desea ser honrado por la boca de la esclava oculta tras el panel
del confesionario. De ese modo, el amo nunca puede ver a su esclava, de la misma
manera que la esclava sólo ve el miembro de los hombres que se ve obligada a honrar.
Cuando recibí el primer latigazo, comprendí que me azotaban con una disciplina
elástica para calentarme el cuerpo antes de recibir otros golpes mucho más agresivos. De
la disciplina, el Amo Didier pasó a la fusta, lo supe por los trallazos que noté en los
riñones. Era una fusta larga y fina, dotada de una engañosa elasticidad y cuyo aspecto
era casi inocuo. Manejada con precisión, cada golpe recibido parecía distinto al
anterior, según la correa de cuero cayera plana al golpearme o se abatiera sobre mí cuan
larga era la vara... El Amo Didier me flagelaba con un rigor despiadado. Tanto es así
que olvidé mis buenas intenciones para ponerme a gritar debido a los intolerables
azotes.
Sudaba copiosamente, y todo mi cuerpo se estiraba en una súplica muda que
resultaba de lo más elocuente. Tal como lo había experimentado en ocasiones anteriores,
el dolor que me atenazaba fue transformándose poco a poco en placer. Me dije que
gozaba, que sufría y gozaba a la vez...
Como si hubieran adivinado el intenso placer que me embargaba, aunque había
tratado de ocultarlo soltando algunos gemidos y estremecimientos, Pierre y Didier
decidieron de improviso colgarme de los pezones y de los labios menores de la vulva
unas pinzas cuyo peso tiraba de la carne hacia el suelo. Llevar pinzas en los pechos me
gusta tanto que Pierre siempre me dice que ése es mi mayor vicio. En ocasiones, el hecho
de que me pellizquen los pechos con pinzas, de una forma que puede resultar muy
dolorosa, me proporciona incluso más placer que ser fustigada. En cambio, tengo los
labios de la vulva muy sensibles, y que me los pincen supone siempre un tremendo
suplicio que me cuesta soportar por más que me esfuerce. Cuando el Amo Didier colocó
una tras otra las pinzas, cuyo peso me estiraba la piel de manera atroz, pensé que sería
inca- paz de aguantar. Pero la firme determinación de no defraudar jamás a Pierre