Literatura BDSM La Atadura ( Vanessa Duriés ) | Page 34
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cuando me pidieron que me sentara sobre el duro cilindro con las nalgas separadas y me
lo hundiera hasta la raíz. Conforme me empalaba en el cilindro de látex, notaba cómo se
me desgarraba el ano. La estrechez de esa parte de mi cuerpo tornaba la operación
dolorosa. Entonces Amo Julien puso en marcha el monstruoso miembro, y, con las
vibraciones, el cilindro fue adentrándose hasta lo más profundo de mis entrañas. La
lenta rotación del vibrador me procuró un orgasmo tan intenso como rápido, y cuando
mi Amo aceleró el diabólico objeto, no pude por menos de implorarle piedad. Si se
dignaron con- cederme una tregua fue a condición de que aceptara esta cadencia algo
más tarde. Poco después volvieron a ensartarme ya exigirme que utilizara el vibrador
para penetrarme alternativamente por todos los orificios. Descubrí así el placer extremo
que se experimenta al poseerse una misma. Me obligaban a masturbarme, y yo perdí
toda noción de pudor; nada podía ya contenerme. Mi Amo me observaba y yo percibía
la intensa excitación que le embargaba. Tenía la sensación de que había dejado de ser yo
misma, pero en ningún momento olvidaba mi amor por Pierre. Me había convertido en
un simple cuerpo que gozaba de lo que se le imponía. No era más que una esclava y
asumía con orgullo mi condición.
Cuando, poco después, mis amos quisieron liberarme, me oí a mí misma negarme y
pedir entre sollozos: «Más, por favor... » Exultante, Pierre me felicitó. Aceleraron la
velocidad de las vibraciones, y de vez en cuando las interrumpían para que pudiera
soportarlas. Tuve entonces el orgasmo más delirante que pueda imaginarse.
Mi amado Pierre vino a reunirse conmigo. Sus palabras fueron tan tiernas y sus
caricias tan dulces que no cabía en mí de júbilo.
A continuación asistí a la sesión de dominación de Vincent. De rodillas en el suelo y
con la mirada baja, se masturbaba lentamente, obedeciendo las órdenes que le
exhortaban a disminuir el ritmo de su infamante caricia. Cuando le exigieron que se
corriera, no tardó en soltar un chorro de esperma que salpicó las losas de piedra. Luego
le obligaron a lamer su esperma hasta la última gota. Los amos se reunieron entonces y
decidieron que Vincent se había hecho acreedor a un castigo por haber tenido una