Literatura BDSM La Atadura ( Vanessa Duriés ) | Page 29
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conciencia de que estaba gozando sin la autorización de mi Amo me dejó paralizada.
A continuación nos dirigimos al salón con la indolencia y el buen humor que procura
el placer llevado al paroxismo.
Aprovechando un momento en que nuestros anfitriones no me veían, pues las
manifestaciones de ternura no son admisibles en esta clase de veladas, me eché en
brazos de Pierre y, como si estuviera ebria, le dije que nunca amaría a nadie más que a
él.
Era ya muy tarde y de buena gana nos habríamos retirado a descansar, pero el Amo
Julien tenía otros planes. Me arrastró con rudeza a la cocina, me hizo apoyar el vientre
contra la larga mesa rústica y me ordenó que me abriera de piernas. Tras contemplar el
impúdico espectáculo que le ofrecía a mi pesar, me montó de una sola e inesperada
embestida mientras gritaba con furia: « ¡Toma esto, guarra, putita de mierda!».
Me dejé sodomizar por aquel hombre a quien Pierre me había prestado, pues tal era
mi deber.
Después de entregarme a una meticulosa limpieza que parecía destinada a
devolverme al estado de mujer libre - como si mi maquillaje de esclava se marchara con
el agua espumosa que se deslizaba entre mis muslos -, Pierre me indicó que ya era hora
de regresar al hotel.
Mientras conciliaba el sueño en aquella habitación pequeña y tapizada con tela de
Jouy, me sentí la más dichosa de las mujeres. Acurrucada en los brazos de Pierre, me
dormí con una sonrisa. Fue Pierre quien me lo contó después, y me dijo que la sonrisa de
felicidad que iluminaba mi rostro había suscitado en él una profunda emoción.