Literatura BDSM La Atadura ( Vanessa Duriés ) | Page 27
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apenas podía creer lo que acababa de oír.
Saber que no defraudaba a mi Amo y que el hombre a quien amo se enorgullecía de
mí me hizo sentir la más feliz de las esclavas. Tenía tentaciones de responderle: «Pero si
esto no es nada, Amo adorado, ordenad y yo obedeceré, quiero sorprenderos para que me
coloquéis por encima de todas las esclavas que hayáis conocido hasta el día de hoy. El
simple hecho de saber que he ganado vuestra confianza y vuestra consideración hace
que sea capaz de soportar cualquier cosa... Disfrutad, adorado Amo mío, y si vuestra
dicha exige mi ruina, estoy dispuesta a aceptarla, pues sé que al rebajarme ante los
demás crezco en vuestra estima y en vuestro corazón».
¿Qué importaba ya que el Amo Julien utilizara mi boca como la de una puta, que me
tratase con dureza y me obligara a beber de la fuente de su placer, si yo era la orgullosa
es- clava de mi venerado Amo Pierre?
Impaciente por satisfacerse a su vez, Pierre tomó el lugar del Amo Julien. Me folló
por la boca, utilizando mi lengua como si fuera un estuche, y yo le hice esta felación
con un recogimiento místico. Entretanto, el Amo Julien utilizaba mi vagina sin
miramientos. Excitado por el espectáculo de la felación que le hacía a Pierre, de repente
el Amo Julien decidió poseer- me por el conducto más estrecho, que, como mi cuerpo
entero estaba a su merced. Con ánimo de hacerme daño, me penetró sin preámbulos,
pero yo extraje de la mirada de mi Amo, que me observaba intensamente, el valor para
no soltar un solo gemido. Con las dos manos, le comprimí la verga al ritmo de las
embestidas que me proyectaban hacia delante, hacia aquel que estaba en el origen de
todo. Creía que la prueba había acabado ya cuando un tercer miembro, más duro aún
que el anterior, forzó los labios de mi vulva. Me quedé por completo desconcertada. El
súbito silencio me exasperó, pues no podía ver nada de cuanto ocurría a mí alrededor.
Me poseían, me penetraban y yo nada veía, no reconocía ni a Pierre ni al Amo Julien, y
el Ama Maïté era una mujer.
Cuando ahora reconstruyo esta escena en mi memoria, no puedo sino reírme de mi in-