Literatura BDSM La Atadura ( Vanessa Duriés ) | Page 26
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comprendí que iba a gozar. Cuando la vara de la fusta me alcanzó exactamente entre
los muslos, sobre el abultamiento del pubis, empecé a gemir, para mi tremenda y
deliciosa vergüenza. Tras doblar un poco las piernas para apretar los muslos, tuve un
orgasmo que dejó encantados a mi Amo y sus anfitriones. Pero ¿qué había sucedido en
realidad?
¿Acaso mi cuerpo y mi piel se deleitaban en el dolor? ¿O bien mi inconsciente
transformaba ese dolor en un orgasmo para endereza las cosas? De hecho, en mi
profundo sometimiento, yo ya no era más que un cuerpo y una voluntad abandonados
al ser amado.
Una vez que ese placer fulminante se hubo disipado, sentí que el dolor volvía a
atenazarme y, con una inconsciencia extraña en mí, me atreví a implorar su piedad. Los
amos se miraron, decepcionados y perplejos. Tras un breve conciliábulo de murmullos
desdeñosos, decidieron hacerme pagar cara mi incalificable flaqueza. Acababa de
romper el encanto de la escena, había interrumpido su éxtasis de flagelantes refinados.
Me llevaron, pues, al primer piso, donde todos decidieron poseerme sin miramientos.
Fue el Ama Maïté quien me condujo allí. Me colocaron frente a una pared en cuyo
centro había un agujero, de modo que mi cabeza sobresalía por un lado y mis nalgas y
mis piernas por el otro. Iban a penetrarme por detrás ya forzarme por la boca al mismo
tiempo.
Maïté me ordenó que me colocara y no tardé en quedar abierta de piernas en señal de
docilidad, con la grupa exageradamente en pompa y la boca ya abierta, dispuesta a que
me utilizaran para lo que mis amos dispusieran. Al verme tan sumisa, su cólera se
apaciguó.
- Estoy orgulloso de ti, te comportas tal como yo esperaba. Sigue así - me dijo Pierre
con ternura, acercándose a mí.
Estas palabras me emocionaron. Sus juicios sobre mí eran siempre tan severos que