Literatura BDSM La Atadura ( Vanessa Duriés ) | Page 23
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otros casos, de los que a veces se habla en la prensa sensacionalista, no guardan ya
relación alguna con el auténtico «sadomaso», sino que son pura y simplemente crímenes
de sangre.
El local que habían acondicionado nuestros amigos del norte era muy agradable y
muy sofisticado. Toda la decoración de la casa, desde el sótano hasta el granero, había
sido concebida para las actividades que nos interesan.
Pierre me había preparado para vivir acontecimientos importantes en el transcurso
de ese fin de semana. Sentía una terrible ansiedad al pensar que iba a encontrarme
frente a una pareja de dominadores experimentados, que practicaban los ritos del
sadomasoquismo desde antes incluso de que yo naciera. Una vez más, lo que más temía
era no tener la fuerza ni la voluntad de mostrarme a la altura de las pruebas a las que
me someterían y por las que sería juzgada y, conmigo, también mi Amo. En cualquier
circunstancia, debía dar lo mejor de mí misma y tener en cuenta - aun en las peores
situaciones en las que tal vez me vería- lo que ese fin de semana significaba: la
inestimable posibilidad de asistir a unas clases de esta índole en casa de unos amos
reputados en toda Europa sin haberles sido previamente presentada y sin que ellos
hubieran puesto a prueba de antemano mis verdaderas aptitudes.
Al entrar en ese universo, que a mí se me antojaba mágico, me repetía que no tenía
derecho alguno a defraudar a nadie, ni a Pierre ni a esos amigos que me concedían el
honor de incluirme entre las filas de las «privilegia- das». Maïté y Julien acudieron a
buscarnos al aeropuerto. No osaba mirarlos a la cara, y bajaba la vista en señal de
sumisión, tal y como Pierre me lo había aconsejado. Subimos a su coche y no pronuncié
una sola palabra en todo el trayecto, contentándome con acariciar a Pierre con ternura
y respeto. Él era mi único punto de referencia, mi asidero. Tenía la impresión de que con
él podía afrontarlo todo y mostrarme la más fuerte. El simple contacto de su mano en la
mía bastaba para transportarme de felicidad e infundirme confianza. ¡Qué delicia, me
decía yo, abrazar la esclavitud durante unas horas, que imaginaba extenuantes, del
brazo de mi Amo adorado!