Literatura BDSM La Atadura ( Vanessa Duriés ) | Page 21
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El Amo Patrick se inclinó entonces sobre mí con una vela en la mano. La pequeña
palmatoria dorada se ladeó poco a poco y la cera ardiente goteó sobre mi piel,
constelándola de grandes círculos blancuzcos. La idea de ser quemada viva aumentó mi
excitación. Mi martirio se volvía delicioso. Empecé a perder la noción del tiempo y del
dolor, y aguardaba lo que iba a venir en un estado cercano a la inconsciencia.
Los tres hombres me azotaron de pronto con aterradora violencia. Intuía que, con esos
latigazos, crueles hasta la abominación, que- rían hacer estallar las pequeñas costras de
cera que constelaban mi vientre y mis pechos, y entonces ya no pude dominarme. Al
arquear mis nalgas, los muslos y el vientre salieron propulsados hacia delante, como si
del último sobresalto de un electrocutado se tratara, debido a un orgasmo tan violento
que tuve la impresión de desfondar la cruz que me tenía prisionera. Avergonzada y
orgullosa, había alcanzado el goce mediante los tratos infligidos por la sola voluntad de
mi Amo.
No sé lo que sucedió a continuación. Creo recordar que se agolparon todos a mí
alrededor y que los testigos derramaron su placer sobre mi cuerpo. Recuerdo una mirada,
una rosa que me regaló un joven sometido a quien mi iniciación había impresionado. Me
dio esa flor - que todavía conservo como recuerdo de esa primera noche- mientras me
murmuraba con dulzura estas palabras:
- Las rosas no fueron creadas únicamente para hacer sufrir, y por eso te regalo ésta.
Mucho después, tendría ocasión de comprobar por mí misma la extrema crueldad de
las rosas.
5 - La prueba
Como organizador, Pierre no tiene rival Desde que comparto su vida, programamos