Literatura BDSM La Atadura ( Vanessa Duriés ) | Page 20
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para atormentarme,
El verdugo de las agujas me cogió un pecho y se puso a masajearlo, a acariciarlo ya
pellizcarlo para que despuntara el pezón granuloso. Cuando el pezón, así excitado, se
endureció, el hombre clavó en él la aguja. Casi inmediatamente después, clavó la
segunda en el pezón del pecho que no había sido acariciado y éste, por consiguiente,
reaccionó de modo muy distinto. Así descubrí que la excitación mitiga el dolor y lo
transforma en una sensación difusa. Estableciendo una analogía, llegué a la conclusión
de que, al igual que le sucede a un pecho debidamente acariciado, una esclava amada y
ensalzada, alimentada por la sola pasión de su amo, puede aceptarlo y soportarlo todo.
Cuando me pinchó más veces alrededor de las aréolas, algunas gotas de sangre
empañaron el metal de las agujas, que hasta entonces resplandecían bajo la luz de la
bombilla. Sin duda para aumentar mi dolor, el verdugo de las agujas me atravesó casi
toda la piel del vientre. No pude por menos de sentir una especie de repulsión: me
asqueaba la sensación provocada por aquellas púas metálicas que forzaban la
resistencia de la epidermis para hundirse en mi carne, hurgar en el tejido de los
músculos y emerger un poco más allá con una gota de sangre. Pero me esforcé por alejar
de mi mente esas imágenes dignas de una película de terror y no pensar más que en
Pierre, que asistía a mi tortura en calidad de entendido. Cada vez que una aguja me
atravesaba la piel, gritaba para mis adentros: «Amo mío, te adoro con toda mi alma, y
sólo mi amor por ti me permite soportar dolores tan espantosos. Gracias, Amo mío, por
permitirme que te demuestre así mi amor. Tu amor me da la fuerza que me ayuda a salir
triunfante de lo que hasta esta noche me habría parecido imposible...».
Tan pendiente estaba de explorar mis límites, y tanto temía no poder superarlos, que
no me di cuenta de que había alcanzado el paroxismo de la excitación. Todo mi goce,
que aún no había aflorado, parecía estar contenido y concentrado en mi vientre. El
placer me hervía a borbotones bajo la piel, como si todo mi cuerpo se licuara y fuera a
expandirse. Con las entrañas abrasadas, me consumía; no cabe duda de que no
experimentaba sólo la sensación del placer, sino el placer en sí mismo.