Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 75

de gustos, pero así que se trata de la lujuria, he aquí que todo se alborota. Las mujeres siempre preocupadas de sus derechos, las mujeres, a las que su debilidad y su escaso valor obligan a no perder nada, se estremecen a cada instante de que se les quite algo, y si desgraciadamente se ponen en práctica en el goce unos procedimientos que chocan su culto, lo llaman crímenes dignos del cadalso. Y, sin embargo, ¡qué injusticia! ¿El placer de los sentidos debe hacer mejor a un hombre que los restantes placeres de la vida? En pocas palabras, ¿el templo de la generación debe fijar mejor nuestras inclinaciones, despertar con mayor seguridad nuestros deseos, que la parte del cuerpo, o más contraria o más alejada de él, que la emanación de ese cuerpo, o más fétida o más repugnante? ¡Me parece que no tiene por qué parecer más asombroso ver a un hombre practicar la singularidad en los placeres del libertinaje de lo que debe serlo verle utilizarla en las otras funciones de la vida! Una vez más, en ambos casos su singularidad es el resultado de sus órganos: ¿es culpa suya que lo que os afecta sea nulo para él, o que sólo se conmueva con lo que os repugna? ¿Qué hombre no reformaría al instante sus gustos, sus afectos, sus inclinaciones en el plano general, y no le gustaría ser como todo el mundo en lugar de singularizarse, si fuera dueño de hacerlo? Pretender castigar a un hombre semejante es la más estúpida y la más bárbara de las intolerancias; no es más culpable hacia la sociedad, sean cuales fueren sus extravíos, de lo que lo es, como acabo de decir, aquel que llegó al mundo tuerto o tullido. Y es tan injusto castigar o burlarse de éste como afligir al otro o reírse de él. El hombre dotado de gustos singulares es un enfermo; es, si lo prefieres, una mujer con humores histéricos. ¿Se te ha ocurrido jamás la idea de castigar o contrariar a ninguno de los dos? Seamos igualmente justos con el hombre cuyos caprichos nos sorprenden; absolutamente semejante al enfermo o a la histérica, es como ellos digno de compasión y no de censura. Esta es, en el plano moral, la excusa de las personas de que tratamos; sin duda, en el plano fisico, la encontraríamos con idéntica facilidad, y cuando la anatomía se perfeccione se demostrará fácilmente, a través de ella, la relación de la estructura del hombre con los gustos que la habrán afectado. Pedantes, verdugos, carceleros, legisladores, canalla tonsurada, ¿qué haréis cuando lleguemos a ese punto? ¿En qué se convertirán vuestras leyes, vuestra moral, vuestra religión, vuestras horcas, vuestro paraíso, vuestros dioses, vuestro infierno, cuando se demuestre que tal o cual curso de licores, tal suerte de fibras, tal grado de acritud en la sangre o en los humores animales bastan para convertir a un hombre en el objeto de vuestros castigos o de vuestras recompensas? Prosigamos: ¿los gustos crueles te asombran? ¿Cuál es el objetivo del hombre que disfruta? ¿No es el de dar a sus sentidos toda la excitación de que son capaces, a fin de llegar mejor y más cálidamente, por medio de ello, a la última crisis... crisis preciosa que caracteriza el placer de bueno o de malo, según la mayor o menor actividad con que se ha alcanzado esta crisis? Ahora bien, ¿no es un sofisma insostenible atreverse a afirmar que es necesario para mejorarla que sea compartida por la mujer? ¿Acaso no es evidente que la mujer no puede compartir nada con nosotros sin arrebatárnoslo, y que todo lo que ella roba debe ser necesariamente a nuestras expensas? Y me pregunto entonces, ¿qué necesidad hay de que una mujer goce cuando nosotros gozamos? ¿Existe en esta actitud otro sentimiento que el halago que recibe el orgullo? ¿Y no se obtiene de una manera mucho más estimulante la. percepción de este sentimiento orgulloso obligando, al contrario, con dureza a esta mujer a dejar de gozar, a fin de hacernos gozar, a fin de que nada le impida ocuparse de nuestro goce? ¿La tiranía no halaga el orgullo de una manera mucho más viva que las buenas obras? En una palabra, ¿el que impone no es el amo con mucha mayor seguridad que el que comparte? Pero ¿cómo se le pudo ocurrir a un hombre razonable que la delicadeza tuviera algún valor en materia de placer? Es absurdo querer defender que sea necesaria; jamás añade nada al placer de los sentidos: digo más, lo perjudica. Amar es una cosa muy diferente a disfrutar; la prueba está en que se ama todos los días sin disfrutar, y con mayor frecuencia aún se