Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 74
hay que entender que los objetos no tienen más valor ante nuestros ojos que el que les da nuestra
imaginación. Así que es muy posible, a partir de esta verdad constante, que no sólo las cosas más
extravagantes, sino incluso las más viles y más horribles, puedan afectarnos muy sensiblemente. La
imaginación del hombre es una facultad de su mente a la que, mediante el órgano de los sentidos, van a
pintarse y modificarse los objetos, para formar a continuación sus pensamientos, debido a la primera
impresión de estos objetos. Pero esta imaginación, resultante ella misma del tipo de organización de que
está dotado el hombre, sólo adopta los objetos recibidos de tal o cual manera, y sólo crea a continuación
los pensamientos a partir de los efectos producidos por el choque de los objetos percibidos. Una
comparación facilitará ante tus ojos lo que te expongo. ¿Has visto, Thérèse, espejos de formas diferentes?
Unos disminuyen los objetos, otros los aumentan. Los hay que los vuelven espantosos, y otros que les
prestan encantos. ¿Te imaginas ahora que si cada uno de esos espejos uniera la facultad creadora a la
facultad objetiva ofrecería, de un mismo hombre que se contemplara en él, retratos totalmente diferentes?
¿Y estos retratos responderían a la manera como ha percibido el objeto? Si a las dos facultades que
acabamos de atribuir a este espejo, uniéramos ahora la de la sensibilidad, ¿no tendría hacia este hombre,
visto por él de tal o cual manera, el tipo de sentimiento que le fuera posible concebir para la clase de ser
que habría descubierto? El espejo que lo hubiera visto bello, lo amaría; el que lo hubiera visto espantoso,
lo odiaría. Y, sin embargo, se trataría siempre del mismo individuo.
»Así es la imaginación del hombre, Thérèse; el mismo objeto se representa para ella bajo tantas formas
como diferentes modos posee, y es a partir del efecto recibido por esta imaginación del objeto, sea cual
fuere, que se decide a amarlo o a odiarlo. Si el choque del objeto percibido le sorprende de manera
agradable, lo ama, lo prefiere, aunque ese objeto no contenga en sí ningún atractivo real; y si dicho
objeto, aunque de un valor seguro a los ojos de otro, sólo ha afectado la imaginación a que nos referimos
de manera desagradable, se alejará de él, porque cualquiera de nuestros sentimientos se forma y se realiza
debido al producto de los diferentes objetos sobre la imaginación. Nada sorprendente, a partir de ahí, que
lo que gusta vivamente a unos pueda disgustar a otros, e, inversamente, que la cosa más extravagante
encuentre, sin embargo, partidarios... El hombre contrahecho también encuentra unos espejos que lo
hacen bello.
»Ahora bien, si admitimos que el goce de los sentidos depende siempre de la imaginación, y está regulado
siempre por la imaginación, ya no habrá que sorprenderse de las numerosas variaciones que la
imaginación sugerirá en tales goces, de la infinita variedad de gustos y de pasiones diferentes que parirán
las diferentes desviaciones de esta imaginación. Dichos gustos, aunque lujuriosos, no deberán sorprender
más que los de tipo sencillo; no hay ninguna razón para considerar una fantasía de mesa menos
extraordinaria que una fantasía de cama; y en uno u otro género, no es más asombroso idolatrar una cosa
que la generalidad de los hombres considera detestable de lo que lo es amar otra generalmente reconocida
como buena. La unanimidad demuestra la conformidad en los órganos, pero nada en favor de la cosa
amada. Las tres cuartas partes del universo pueden considerar delicioso el aroma de una rosa, sin que eso
pueda servir de prueba, ni para condenar a la cuarta parte que podría considerarlo ma