Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 73

—¡Venga, el galope...!, ¡el galope! —le dijo a su sobrina. Esta, que sabía de qué se trataba, se pone inmediatamente de cuatro patas, con la grupa lo más elevada posible, y me dice que la imite: lo hago. Clément cabalga sobre mis riñones, con la cabeza del lado de mi grupa; Armande, ofreciendo la suya, está frente a él: el malvado, viéndonos a ambas perfectamente a su alcance, lanza unos golpes furiosos sobre los encantos que le ofrecemos; pero como, en esta postura, abrimos al máximo la delicada parte que diferencia nuestro sexo del de los hombres, el bárbaro dirige allí sus golpes, las ramas largas y flexibles del látigo que utiliza penetran en el interior con mucha mayor facilidad que las varillas, y dejan allí las huellas profundas de su rabia. Golpea alternativamente a una y a otra: tan buen jinete como intrépido fustigador, . cambia varias veces de montura: estamos agotadas, y las titilaciones de dolor alcanzan tal violencia que ya casi no es posible soportarlas. —¡Levantaos! —nos dice entonces recuperando las varas—, sí, levantaos y temedme. Sus ojos brillan, saca espuma por la boca. Igualmente amenazadas en todo el cuerpo, lo esquivamos..., corremos como locas por toda la habitación, nos sigue, golpeando indistintamente a cualquiera de las dos. El malvado nos llena de sangre; al final nos arrincona a ambas entre la cama y la pared. Los golpes aumentan: la desdichada Armande recibe uno en el pecho que la hace tambalearse: este último horror determina el éxtasis, y mientras mi espalda recibe sus efectos crueles, mis riñones se inundan con las pruebas de un delirio cuyos resultados son tan peligrosos. —Acostémonos —me dice al fin Clément—. Puede que haya sido demasiado para ti, Thérèse, y ciertamente no suficiente para mí. Jamás me canso de esta manía, aunque sólo sea una imagen imperfecta de lo que quisiera realmente hacer. ¡Ah!, querida, no sabes hasta dónde nos lleva :esta depravación, la ebriedad en que nos sume, la violenta conmoción que provoca, por el fluido eléctrico, la excitación producida por el dolor sobre el objeto que sirve nuestras pasiones. ¡Cómo me estimulan sus males! El deseo de aumentarlos..., ahí está el escollo de esta fantasía, ya lo sé, pero ¿este escollo es temible para quien se mofa de todo? Aunque la mente de Clément siguiera entusiasmada, al ver sus sentidos algo más apaciguados, me