Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 70

y de la depravación. Este tipo de grupos se producía con frecuencia; era una regla que cuando un monje disfrutara del modo que fuera, todas las jóvenes lo rodearan, a fin de abarcar sus sentidos por todas partes, y de que la voluptuosidad pudiera, si se me permite expresarme así, penetrar más seguramente en él por todos sus poros. Antonin salió, trajeron el desayuno; mis compañeras me obligaron a comer, yo lo hice para no disgustarlas. Apenas habíamos terminado cuando el superior entró: al vernos todavía a la mesa, nos dispensó de las ceremonias que debían ser para él las mismas que acabábamos de ejecutar para Antonin. —Hay que pensar en vestirla —dijo al verme. Al mismo tiempo, abre un armario y arroja sobre mi cama varios trajes del color indicado para mi clase y unos cuantos montones de ropa blanca. —Pruébate todo eso —me dijo—, y entrégame lo que te pertenece. Le obedezco, pero, imaginando lo que iba a ocurrir, había apartado prudentemente mi dinero durante la noche y lo había ocultado en mis cabellos. A cada pieza de ropa que me saco, las ardientes miradas de Severino se dirigen al atractivo descubierto, y sus manos no tardan en pasearse por él. Al fin, medio desnuda, el fraile me coge, me coloca en la posición útil para sus placeres, o sea exactamente opuesta a la que acaba de colocarme Antonin; quiero pedirle gracia, pero viendo ya el furor en sus ojos, pienso que es más segura la obediencia; me paro, lo rodean, sólo ve a su alrededor el altar obsceno que le deleita; sus manos lo aprietan, su boca se pega a él, sus miradas lo devoran... llega al colmo del placer. —Si os parece bien, señora —dijo la bella Thérèse—, voy a limitarme a explicaros aquí la historia resumida del primer mes que pasé en ese convento, o sea las anécdotas principales de ese período; el resto sería una repetición. La monotonía de aquella estancia la arrojaría sobre mis relatos, e inmediatamente después debo pasar, según creo, al acontecimiento que al fin me sacó de aquella impura cloaca. Aquel primer día no estaba en la cena, se habían limitado a nombrarme para pasar la noche con el padre Clément; siguiendo la costumbre, me dirigí a su celda instantes antes de que él regresara, y el hermano carcelero me condujo y me encerró allí. Llega, tan excitado por el vino como por la lujuria, seguido de la joven de veintiséis años que tenía entonces de retén a su lado. Sabedora de lo que tengo que hacer, me arrodillo así que le oigo. Se me acerca, me contempla en esta humillación, me ordena después que me levante y que lo bese en la boca; saborea ese beso varios minutos y le da toda la expresión... to HH^