Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 71

involuntarias; la hace subir a una silla y exige de ella la misma acción que ha deseado conmigo. Armande le satisface, yo le masturbo con una mano; durante esta lujuria, le azoto ligeramente con la otra, muerde igualmente a Armande, pero ella se contiene y no se atreve a moverse. Sin embargo, los dientes del monstruo aparecen grabados en las carnes de la hermosa joven. Se ven en varios lugares; volviéndose después bruscamente me dijo: —Thérèse, vas a sufrir cruelmente —no necesitaba decirlo, su mirada lo anunciaba en exceso—; te azotaré por todas partes, sin exceptuar nada. Y al decir eso, había vuelto a agarrar mi pecho que manoseaba con brutalidad; frotaba los pezones con las puntas de sus dedos y me producía unos dolores muy vivos. Yo no me atrevía a decirle nada por miedo a irritarle aún más, pero el sudor cubría mi frente, y mis ojos, a pesar mío, se cubrían de lágrimas. Me gira, me obliga a arrodillarme en el borde de una silla, con las manos sosteniendo el respaldo, sin soltarlo ni un minuto, bajo las penas más graves. Viéndome al fin así, perfectamente a su alcance, ordena a Armande que le traiga unas varas, ella le ofrece un fino y largo puñado; Clément las coge, y ordenándome que no me mueva, comienza con una veintena de golpes en los hombros y en la parte superior de los riñones; me deja un instante, va a coger a Armande y la coloca a seis pies de mí, también de rodillas, en el borde de una silla. Nos dice que nos azotará a las dos juntas, y que la primera de las dos que soltará la silla, lanzará un grito, o derramará una lágrima será inmediatamente sometida por él al suplicio que le parezca. Propina a Armande el mismo número de golpes que acaba de darme a mí, y exactamente en los mismos sitios; me toma de nuevo, besa todo lo que acaba de herir, y alzando sus varas me dice: —Pórtate bien, tunanta, serás tratada como la peor de las miserables. Con estas palabras recibo cincuenta golpes, pero que sólo van, exclusivamente, de la mitad de la espalda hasta la parte inferior de los riñones. Corre hacia mi compañera y la trata igual; no decíamos palabra; sólo se oían unos gemidos sordos y contenidos, y teníamos la suficiente fuerza para contener las lágrimas. Por mucho que estuvieran muy inflamadas las pasiones del fraile, no se percibía todavía, sin embargo, ninguna señal; a intervalos se masturbaba fuertemente sin que nada se levantara. Acercándose a mí, observa por unos minutos los dos globos de carne todavía intactos y que iban a soportar a su vez el suplicio, los manosea, no puede dejar de entreabrirlos, de cosquillearlos, de besarlos mil veces más. —Vamos —dice—, valor... Una granizada de golpes cae: al instante sobre esas masas y las magulla hasta los muslos. Extremadamente animado por los saltos, sobresaltos, rechinamientos, con torsiones que el dolor me arranca, examinándolos y cogiéndolos con deleite, se precipita a expresar, sobre mi boca que besa con ardor, las sensaciones que le agitan... —Esta muchacha me gusta —exclama—, ¡jamás había fustigado a ninguna que me diera tanto placer! Y retorna a la sobrina, a la que trata con idéntica barbarie. Quedaba la parte inferior, desde la superior de los muslos hasta las pantorrillas, y golpea ambas cosas con el mismo ardor. —¡Vamos! —sigue diciendo, dándome la vuelta—. Cambiemos de mano y visitemos esto. Me da una veintena de golpes, desde el centro del vientre hasta la parte inferior de los muslos, y después, obligándome a separarlos, golpeó rudamente el interior del antro que yo le abría con mi actitud. —Ahí está —dijo— el pájaro que voy a desplumar. Como algunos azotes, pese a las precauciones que tomaba, habían penetrado muy adentro, no pude retener mis gritos. —¡Ja, ja! —dijo riendo el malvado—. He descubierto el lugar sensible; pronto, pronto, lo visitaremos con más detenimiento. Mientras tanto, su sobrina es colocada en la misma postura y