Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 65
La decana de la cámara tiene todo el poder sobre nosotras, desobedecerla es un crimen; está encargada de
la tarea de inspeccionarnos antes de que nos dirijamos a las orgías, y si algo no está en el estado deseado,
ella y nosotras somos castigadas. Podemos cometer varios tipos de faltas. Cada una de ellas tiene su
castigo especial cuya tarifa se exhibe en las dos cámaras; el regente de día, el que viene, como te
explicaré inmediatamente, a darnos órdenes, designar las mujeres de la cena, visitar nuestras habitaciones,
y recibir las quejas de la decana, este fraile, digo, es el que reparte de noche el castigo que cada una ha
merecido. He aquí el inventario de los castigos al lado de las culpas que nos los procuran.
»No levantarse por la mañana a la hora debida: treinta latigazos (pues casi siempre nos castigan con este
suplicio; era bastante lógico que un episodio de los placeres de esos libertinos se convirtiera en su
corrección predilecta); ofrecer, bien por error, bien por cualquier otra causa posible, una parte del cuerpo,
en el acto de los placeres, distinta a la que deseaban: cincuenta latigazos; ir mal vestida, o mal peinada:
veinte latigazos; no haber avisado de que se tiene la regla: sesenta latigazos; el día en que el cirujano ha
comprobado tu preñez: cien latigazos; negligencia, imposibilidad, o rechazo en las proposiciones
lujuriosas: doscientos latigazos. ¡Y cuántas veces su infernal maldad nos atrapa en falta sobre eso, sin que
nosotras tengamos el más mínimo yerro! ¡Cuántas veces uno de ellos pide de repente lo que sabe
perfectamente que se acaba de conceder a otro, y que no se puede repetir inmediatamente! No por ello
hay que dejar de sufrir el castigo; jamás son escuchadas nuestras protestas, o nuestras quejas; hay que
obedecer o aceptar el castigo. Faltas de conducta en la cámara o desobediencia a la decana: sesenta
latigazos; la apariencia de lloros, de pena, de remordimiento, la sospecha misma del más mínimo retorno
a la religión: doscientos latigazos. Si un monje te elige para saborear contigo la última crisis del placer y
él no puede alcanzarla, sea falta suya, cosa que es muy común, o tuya: al acto, trescientos latigazos. La
más mínima apariencia de repugnancia a las proposiciones de los monjes, sean de la naturaleza que sean:
doscientos latigazos; un intento de evasión, una revuelta: nueve días de calabozo, completamente
desnuda, y trescientos latigazos por día; murmuraciones, malos consejos, malas conversaciones entre
nosotras, así que son descubiertos: trescientos latigazos; proyectos de suicidio, negativa a alimentarse
como es debido: doscientos latigazos; faltar al respeto a los frailes: ciento ochenta latigazos. Esos son
nuestros únicos delitos, por el resto podemos hacer lo que queramos, acostarnos juntas, pelearnos,
pegarnos, llegar a los últimos excesos de la ebriedad y de la gula, jurar, blasfemar: todo eso da igual, nada
se nos dice por esas faltas; sólo somos reprendidas por las que acabo de mencionarte, pero las decanas
pueden evitarnos muchos de esos inconvenientes, si quieren. Desgraciadamente, esta protección sólo se
compra con unas complacencias a menudo más molestas que las penas por ellas garantizadas; las de
ambas salas tienen los mismos gustos, y sólo concediéndoles favores se consigue controlarlas. Si se les
niegan, multiplican sin motivo la suma de tus errores, y los monjes a los que servimos, lloviendo sobre
mojado, lejos de reprocharles su injusticia, las estimulan incesantemente a repetirla; ellas mismas están
sometidas a todas estas reglas, y además muy severamente castigadas, si se las sospecha indulgentes. No
es que estos libertinos necesiten todo eso para torturarnos, pero les resulta muy cómodo dotarse de
pretextos; este aire de naturalidad presta encantos a su voluptuosidad, y la incrementa. Al entrar aquí cada
una de nosotras tiene una pequeña provisión de ropa; nos dan media docena de cada cosa, y nos la
renuevan cada año, pero hay que entregar lo que nosotras traemos; no se nos permite conservar nada. Las
quejas de los cuatro legos de que te he hablado son atendidas como las de la decana; basta su simple
delación para que se nos castigue; pero por lo menos no nos piden nada, y no son tan temibles como las
decanas, muy exigentes y muy peligrosas cuando el capricho o la venganza dirige sus comportamientos.
Nuestro alimento es muy bueno y siempre muy abundante; si de ello no obtuvieran unas dosis de
voluptuo ͥ