Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 64
tienen cada uno de ellos más de quince de altura: desde cualquier lugar que se mire, esta parte sólo puede
ser tomada, por tanto, como un bosquecillo, pero jamás como una vivienda; tal como acabo de decir, la
salida del oscuro pasillo que te he mencionado se efectúa por una trampilla que da a los subterráneos, y de
la que es imposible que te acuerdes por el estado en que debías estar al cruzarla. Este pabellón, querida
mía, se compone en conjunto de unos subterráneos, una planta baja, un entresuelo y un primer piso; la
parte superior es una bóveda muy espesa cubierta por una cubeta de plomo llena de tierra, en la que están
plantados unos arbustos siempre verdes que, combinando con los setos que nos rodean, confieren al
conjunto un aspecto de macizo aún más real. El subterráneo consta de una gran sala en el centro y ocho
gabinetes alrededor, dos de los cuales sirven de calabozos para las mujeres que han merecido tal castigo,
y los seis restantes de bodegas; encima se encuentran la sala de las cenas, las cocinas, las antecocinas, y
dos gabinetes donde van los frailes cuando quieren aislar sus placeres y saborearlos con nosotras, al
margen de las miradas de sus compañeros. El entresuelo se compone de ocho cámaras, cuatro de las
cuales disponen de un cuarto de baño; son las celdas donde duermen los monjes, y donde nos introducen
cuando su lubricidad nos destina a compartir sus camas; las otras cuatro son las de los hermanos legos,
uno de los cuales es nuestro carcelero, el segundo el criado de los frailes, el tercero el cirujano, que tiene
en su celda cuanto se necesita para las necesidades urgentes, y el cuarto el cocinero; estos cuatro
hermanos son sordomudos; así que difícilmente esperarás de ellos, como ves, consuelo o ayuda; además,
jamás se paran con nosotras, y nos está prohibidísimo hablarles. La parte superior del entresuelo forma
los dos serrallos; absolutamente idénticos entre sí; son, como ves, una gran cámara en la que hay ocho
cuartos de aseo. Así que imagina, querida hija, en el supuesto de que rompiéramos las rejas de nuestras
ventanas, y bajáramos por ellas, todavía estaríamos lejos de poder escapar, ya que restarían por franquear
cinco setos vivos, una gruesa muralla y un amplio foso: si llegáramos a vencer estos obstáculos, ¿dónde
daríamos entonces? En el patio del convento que, cuidadosamente cerrado, no nos ofrecería tampoco en
un primer momento una salida muy segura. Confieso que otro medio de evasión, menos peligroso quizá,
consistiría en encontrar en los subterráneos la boca del pasillo que conduce a él; pero ¿cómo llegar a esos
subterráneos, perpetuamente encerradas como estamos? E incluso en el caso de que halláramos esa
abertura, lleva a un rincón perdido, desconocido por nosotras y protegido asimismo por rejas cuya llave
sólo tienen ellos. Y si pese a todo llegáramos a vencer todos estos inconvenientes y alcanzáramos el
pasadizo, no por ello el camino sería más seguro para nosotras; está lleno de trampas que sólo ellos
conocen, y en las que quedarían inevitablemente atrapadas las personas que quisieran recorrerlo sin ellos.
Así pues, hay que renunciar a la evasión, es imposible, Thérèse; cree que si fuera practicable, hace mucho
tiempo que yo habría abandonado este detestable lugar, pero no se puede. Los que están aquí sólo salen
con la muerte; y de ahí nace la impudicia, la crueldad y la tiranía con que nos tratan esos malvados; nada
les inflama, nada les excita más la imaginación que la impunidad que les promete este inabordable retiro;
seguros de no tener más testigos de sus excesos que las mismas víctimas que los satisfacen,
convencidísimos de que sus extravíos jamás serán revelados, los llevan a los más odiosos extremos;
liberados del freno de las leyes, después de haber roto los de la religión y desconocer los del
remordimiento, no hay atrocidad que no se permitan, y en esta apatía c