Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 56

Imagen que acabas de visitar: comencemos por proveer tus primeras necesidades. Y me lleva al fondo de la iglesia... —¡Cómo! —le dije entonces con una especie de inquietud que me dominaba a pesar mío... — ¡Cómo, padre! ¿En el interior del templo? —¿Dónde si no, encantadora peregrina? —me respondió el monje, introduciéndome en la sacristía...— ¡Acaso tienes miedo de pasar la noche con cuatro santos eremitas!... Oh, ya verás cómo encontraremos los medios de distraerte, querido ángel; y aunque no te procuremos grandes placeres, por lo menos servirás a los nuestros en muy amplia medida. Estas palabras me sobresaltan; un sudor frío se apodera de mí, me tambaleo; era de noche, ninguna luz guía nuestros pasos, mi imaginación horrorizada me hace ver el espectro de la muerte moviendo su guadaña sobre mi cabeza; mis rodillas flaquean... En este instante el lenguaje del monje cambia de repente, me sostiene, insultándome: —Puta —me dice—, hay que seguir; no intentes aquí ni quejas ni resistencias, todo sería inútil. Las crueles palabras me devuelven las fuerzas, siento que estoy perdida si desfallezco; me levanto... — ¡Ay, cielos! —digo al traidor—, ¡tendré que ser de nuevo la víctima de mis buenos sentimientos, será de nuevo castigado como un crimen mi deseo de acercarme a lo que la religión tiene de más respetable!... Seguimos caminando, y nos metemos por pasillos oscuros de los que nada puede hacerme conocer la situación ni las salidas. Yo precedía al padre Severino; su respiración era profunda, no paraba de hablar; parecía borracho; de cuando en cuando, me paraba con el brazo izquierdo enlazado en torno a mi cuerpo, mientras su mano derecha, deslizándose por detrás debajo de mis faldas, recorría con impudor esa parte deshonesta— que, asimilándonos a los hombres, es el único objeto de los homenajes de aquellos que prefieren ese sexo en sus vergonzosos placeres. En varias ocasiones la boca del libertino se atreve incluso a recorrer esos lugares, hasta su reducto más secreto; después reanudamos la marcha. Aparece una escalera; al cabo de treinta o cuarenta escalones, se abre una puerta, unos reflejos de luz golpean mis ojos, entramos en una sala fascinante y magníficamente iluminada; allí veo tres monjes y cuatro muchachas en torno a una mesa servida por otras cuatro mujeres completamente desnudas: el espectáculo me hace temblar. Severino me empuja, y entro en la sala con él. —Señores —dice al entrar—, permitid que os presente un auténtico fenómeno. Aquí tenéis una Lucrecia que lleva a la vez sobre sus hombros la marca de las mujeres de mala vida, y en la conciencia todo el candor y toda la ingenuidad de una virgen... Una sola violación, amigos míos, y de eso hace seis años; de modo que es casi una vestal... a decir verdad, como tal os la entrego... y, además, de las más hermosas... i Oh! Clément, ¡cómo te perderás en esas bellas masas!... ¡qué elasticidad, amigo mío!, ¡qué encarnación! —¡Ah!, ¡s...! —dice Clément, medio borracho, levantándose y avanzando hacia mí—; el encuentro es agradable, y quiero examinar los hechos. Os dejaré el menor tiempo posible en suspenso sobre mi situación, señora, dijo Thérèse, pero la necesidad en que estoy de describir las nuevas personas con las que me encuentro me obliga a cortar por un instante el hilo del relato. Ya conocéis al padre Severino, y sospecháis sus gustos; ¡ay!, su depravación en esa materia era tal que jamás había saboreado otros placeres; y ¡qué inconsecuencia, sin embargo, en las operaciones de la naturaleza, ya que junto a la extravagante fantasía de elegir únicamente los senderos, ese monstruo estaba dotado de facultades tan gigantescas que hasta las rutas más holladas le hubieran parecido demasiado estrechas! Ya os dibujé antes el esbozo de Clément. Sumad, al exterior que he descrito, la ferocidad, la provocación, la trapacería más peligrosa, la intemperancia en todos los puntos, el ingenio satírico y mordaz, el corazón corrompido, los