Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 55

Entonces, sin que me fuera imposible impedirlo, el recuerdo de mis antiguos infortunios se ofreció en rasgos ensangrentados a mi memoria turbada... —¿Qué deseas? —me dice el monje, con cara de pocos amigos—. ¿Te parece que éstas son horas de acudir a una iglesia con ese aire de aventurera que presentas? —Santo varón —digo prosternándome—, he creído que siempre era hora de presentarse en la casa de Dios; vengo de muy lejos para llegar a ella, llena de fervor y de devoción, quiero confesarme si es posible, y cuando el interior de mi conciencia os sea conocido, veréis si soy digna o no de prosternarme ante los pies de la santa Imagen. —Pero no es hora de confesarse —dice el monje suavizándose—; ¿dónde pasarás la noche? No tenemos hospicio... hubiera sido mejor que vinieras por la mañana. Le cuento entonces los motivos que lo habían impedido, y, sin contestarme, Clément se fue a referirlo al superior. Unos minutos después, se abre la iglesia; el propio padre Severino sale a mi encuentro frente a la cabaña del jardinero, y me invita a entrar con 61 en el templo. El padre Severino, del que conviene daros una idea inmediatamente, era un hombre de cincuenta y cinco años, tal como me habían dicho, pero con una hermosa fisonomía, el aspecto todavía lozano, de complexión vigorosa, membrudo como Hércules, y todo ello sin dureza; una especie de elegancia y de blandura reinaba en su conjunto, y permitía ver que había debido poseer, en su juventud, todos los atractivos que forman un buen mozo. Tenía los ojos más hermosos del mundo, nobleza en las facciones, y el tono más honesto, gracioso y educado. Un cierto acento agradable que no alteraba ninguna de sus palabras permitía reconocer, sin embargo, su patria, y confieso que todas las gracias externas de ese religioso me repusieron un poco del miedo que me había ocasionado el otro. —Querida hija —me dijo graciosamente—, aunque la hora no sea adecuada, y no tengamos la costumbre de recibir tan tarde, oiré sin embargo tu confesión, y pensaremos después en los medios de hacerte pasar la noche decentemente, hasta el momento en que mañana puedas saludar a la santa Imagen que te ha traído hasta aquí. Entramos en la iglesia, las puertas se cierran, se enciende una lámpara cerca del confesionario. Severino me dice que me c