Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 47
Una colocación semejante era una especie de fortuna en mi situación. Inflamada por el deseo de devolver
a Rosalie al bien, y tal vez a su mismo padre, si adquiría algún poder sobre él, no me arrepentí en absoluto
de lo que acababa de hacer... Después de hacerme vestir, Rodin me llevó al instante ante su hija,
anunciándole que me entregaba a ella. Rosalie me recibió con exaltadas muestras de júbilo, y me instalé
inmediatamente.
No pasaron ocho días sin que comenzara a trabajar en las conversiones que deseaba, pero el
empecinamiento de Rodin rompía todas mis medidas.
—No creas —contestaba a mis sabios consejos— que la especie de homenaje que he rendido a la virtud
en tu persona sea una prueba de que la aprecio, ni de que la prefiero al vicio. Si así lo supusieras, Thérèse,
te equivocarías. Aquellos que, a partir de lo que he hecho contigo, sostuvieran por esa actitud la
importancia o la necesidad de la virtud, caerían en un gran error, y me molestaría mucho que tú creyeras
que esta es mi manera de pensar. La caseta que me sirve de amparo en la caza cuando los rayos ardientes
del sol se clavan a plomo en mi persona, no es ciertamente un monumento útil, su necesidad sólo es
circunstancial. Yo me expongo a una especie de peligro, encuentro algo que me protege de él, lo utilizo,
pero ¿es por ello menos inútil?, ¿puede ser menos despreciable? En una sociedad totalmente viciosa, la
virtud no serviría de nada. Como las nuestras no son así, es absolutamente preciso burlarla, o utilizarla, a
fin de tener menos que temer de los que la siguen. Si nadie la adoptara, se volvería inútil. Así que no me
equivoco cuando sostengo que su necesidad sólo depende de la opinión o de las circunstancias. La virtud
no es una cosa de un valor incontestable, sólo es una manera de comportarse, que varía según los climas y
que, por consiguiente, no tiene nada de real: eso basta para entender su futilidad. Sólo lo constante es
realmente bueno; lo que cambia perpetuamente no puede aspirar al carácter de bondad. He ahí por qué se
ha puesto la inmutabilidad en el rango de las perfecciones de lo Eterno. Pero la virtud está totalmente
privada de esta característica: no existen dos pueblos en la superficie del globo que sean virtuosos de la
misma manera. Así que la virtud no tiene nada de real, nada de intrínsecamente bueno, y no merece para
nada nuestro culto. Hay que utilizarla como un apoyo, adoptar astutamente la del país en que se vive, a fin
de que los que la practican por gusto, o deben reverenciarla por su condición, nos dejen tranquilos, y a fin
de que esta virtud, respetada donde vivís, nos proteja, por su preponderancia como convención social de
los atentados de quienes profesan el vicio. Pero repito una vez más que todo eso es circunstancial, y nada
de ello asigna un mérito real a la virtud. Virtud que, por otra parte, resulta imposible para determinados
hombres. Ahora bien, ¿cómo me convencerás de que una virtud que combate o que contraría las pasiones
puede hallarse en la naturaleza? Y si no está ahí, ¿cómo puede ser buena? Serán, sin duda, los hombres
movidos por los vicios opuestos a esas virtudes los preferibles, ya que serán los únicos modos... las únicas
maneras de ser que se adecuarán mejor a su físico o a sus órganos; existirán, pues, según esta hipótesis,
unos vicios muy útiles. No obstante, ¿cómo lo será la virtud si me demuestras que pueden serlo sus
contrarios? Te han argumentado en contra de eso que la virtud es útil para los demás, y, en ese sentido, es
buena;
pues si se da por supuesto que sólo se hace lo que es bueno para los demás, yo, a mi vez, sólo recibiré de
ellos el bien. Este razonamiento es un sofisma; a cambio del poco bien que recibo de los demás, debido a
que practican la virtud, con la obligación de practicarla a mi vez me creo un millón de sacrificios que no
compensan en absoluto. De modo que, al recibir menos de lo que doy, hago un mal negocio; sufro más de
las privaciones que soporto por ser virtuoso que bienes recibo de los que lo son; al no ser en absoluto
equitativo el acuerdo, no debo someterme a él, y convencido, siendo virtuoso, de no hacer a los demás
tanto bien como pesares recibiré obligándome a serlo, ¿no será mejor que renuncie a procurarles una
dicha que debe costarme tanto mal? Resta ahora el daño que puedo hacer a los demás siendo vicioso, y el
mal que a mi vez recibiré si todo el mundo se me asemeja. Estoy de acuerdo en que al admitir una total
circulación de los vicios, corro seguramente un peligro; pero el pesar provocado por lo que arriesgo está
compensado por el placer de lo que hago arriesgar a los demás; con lo que ya tenemos la igualdad
restablecida, a partir de entonces todo el mundo es más o menos igualmente feliz: cosa que no ocurre, y
no podría ocurrir, en una sociedad en la que unos son buenos y los otros malos, porque esta mezcla crea
trampas perpetuas que no existen en el otro caso. En la sociedad mezclada, todos los intereses son
diversos: ahí está la fuente de una infinidad de desdichas. En la otra asociación, todos los intereses son
iguales, cada individuo que la compone está dotado de los mismos gustos, de las mismas inclinaciones,
todos caminan hacia el mismo objetivo, todos son dichosos. Pero, os dicen los necios, «el mal no nos hace