Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 36

fruto de nuestras leyes y de nuestras instituciones políticas, ¿pueden significar algo a los ojos de la naturaleza? »Así que deja ahí tus prejuicios, Thérèse, y sírveme: habrás hecho tu fortuna. —¡Oh, señor! —contesté completamente horrorizada al conde de Bressac—, esta indiferencia que suponéis a la naturaleza sólo obedece a los sofismas de vuestra mente. Dignaos más bien a atender a vuestro corazón, y oiréis como condenará todos los falsos razonamientos del libertinaje. Este corazón, a cuyo tribunal os remito, ¿no es, pues, el santuario donde la naturaleza que ultrajáis quiere que se la escuche y se la respete? Si imprime en él el más fuerte horror por el crimen que preparáis, ¿no admitiréis que es condenable? Sé que ahora os ciegan las pasiones, pero tan pronto como se acallen, ¿hasta qué punto os desgarrarán los remordimientos? Cuanto mayor sea vuestra sensibilidad, más os atormentará su aguijón... ¡Oh, señor! Conservad y respetad los días de nuestra preciosa y tierna amiga; no la sacrifiquéis, ¡la desesperación os haría perecer! Cada día, a cada instante, veríais ante vuestros ojos a la tía querida que vuestro ciego furor habría sepultado en la tumba; oiríais cómo su voz quejumbrosa sigue pronunciando los dulces nombres que alegraban vuestra infancia; se os aparecería en vuestras vigilias y os atormentaría en vuestros sueños; abriría con sus dedos ensangrentados las heridas con que la habríais desgarrado; ni un instante dichoso, a partir de entonces, luciría para vos en la Tierra; todos vuestros placeres quedarían manchados, todas vuestras ideas se turbarían; una mano celeste, cuyo poder desconocéis, vengaría los días que habríais destruido, envenenando todos los vuestros; y sin haber disfrutado de vuestras fechorías, pereceríais del mortal remordimiento de haberos atrevido a realizarlas. Yo lloraba mientras pronunciaba estas palabras, arrodillada a los pies del conde. Le conjuraba, por todo lo que para él podía haber de más sagrado, a olvidar ese extravío infame que juraba ocultar toda mi vida... Pero yo no conocía al hombre con el que estaba tratando; no sabía hasta qué punto las pasiones reforzaban el crimen en su alma perversa. El conde se levantó fríamente. —Veo perfectamente que me he equivocado, Thérése —me dijo—. Quizá me siento más molesto por ti que por mí. Da igual, ya encontraré otros medios y tú habrás perdido mucho sin que tu ama haya ganado nada. Esta amenaza cam