Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 35
sobre eso, ninguno la ultraja sin duda, ninguno es capaz de ofenderla. Nuestras destrucciones reavivan su
poder; mantienen su energía, pero ninguna la atenúa, no es contrariada por ninguna. ¿Qué importa a su
mano siempre creadora que esta masa de carne que compone hoy un individuo bípedo se reproduzca
mañana bajo la forma de mil insectos diferentes? ¿Nos atreveremos a afirmar que la construcción de un
animal con dos pies le cuesta más que la de un gusanillo, y que siente por aquél un mayor interés? Si, por
consiguiente, el grado de adhesión, o más bien de indiferencia, es el mismo, ¿qué puede importarle que la
espada de un hombre convierta a otro hombre en mosca o en hierba? Cuando me hayan convencido de la
sublimidad de nuestra especie, cuando me hayan demostrado que es tan importante para la naturaleza que,
necesariamente, sus leyes se irritan ante esta transmutación, podré creer entonces que el homicidio es un
crimen; pero cuando el estudio más profundo me ha demostrado que todo lo que vegeta en este globo, la
más imperfecta de las obras de la naturaleza, tiene un precio equivalente a sus ojos, jamás admitiré que el
cambio de uno de esos seres en mil otros pueda alterar en nada sus designios. Entonces me digo: todos los
hombres, todos los animales, todas las plantas crecen, se alimentan, se destruyen, se reproducen por los
mismos medios, y no reciben jamás una muerte real sino una simple variación en lo que las modifica.
Todos, digo, los que aparecen hoy bajo una forma y unos años después bajo otra, pueden, al capricho del
ser que quiere moverlos, cambiar mil y mil veces en un día, sin que una sola ley de la naturaleza se vea
afectada un solo instante. ¿Qué digo? Sin que este transmutador haya hecho otra cosa que un bien, ya que
al descomponer unos individuos cuyas bases vuelven a ser necesarias para la naturaleza, no hace más que
devolverle mediante esta acción, impropiamente calificada de criminal, la energía creadora de la que le
priva necesariamente aquel que, por una estúpida indiferencia, no se atreve a emprender jamás ninguna
alteración. Ay, Thérèse, sólo el