Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 14
ello. Vivía en un segundo piso de la Rue Quincampoix, con una mujer de cincuenta años, a la que llamaba
su esposa, y que era no menos malvada que él.
—Thérèse —me dijo el avaro (ese era el nombre que yo había adoptado para ocultar el mío)—, Thérèse,
la primera virtud de mi casa, es la probidad. Si alguna vez os lleváis de aquí la décima parte de un
denario, os haré ahorcar, ya veis, hija mía. El escaso bienestar del que disfrutamos mi mujer y yo, es el
fruto de nuestros inmensos trabajos y de nuestra perfecta sobriedad... ¿Comes mucho, pequeña?
—Unas cuantas onzas de pan al día, señor —le contesté—, agua y un poco de sopa, cuando soy tan
afortunada de poder tomarla.
—¡Sopa, diantre, sopa! Oíd esto, amiga mía —dijo el usurero a su mujer—, asombraos ante los progresos
del lujo: está buscando colocación, se muere de hambre desde hace un año, y quiere comer sopa.
Nosotros, que trabajamos como galeotes, apenas la cocinamos una vez cada domingo. Hija mía, tendrás
tres onzas de pan al día, media botella de agua de río, un viejo traje de mi mujer cada dieciocho meses, y
tres escudos de sueldo al cabo del año, siempre que estemos contentos de tus servicios, que tu economía
responda a la nuestra, y que finalmente hagas prosperar la casa con el orden y el arreglo. Tu trabajo es
poca cosa, se hace en un abrir y cerrar de ojos. Se trata de fregar y limpiar tres veces por semana este
apartamento de seis habitaciones, de hacer las camas, de contestar a la puerta, de empolvar mi peluca, de
peinar a mi mujer, de cuidar del perro y de la cotorra, de fregar la cocina y la vajilla, de ayudar a mi mujer
cuando cocine, y de emplear cuatro o cinco horas al día en coser ropa, medias, gorros y otras cositas de la
casa. Ya ves que no es nada, Thérèse; te sobrará mucho tiempo, te permitiremos utilizarlo por tu cuenta,
siempre que seas buena, hija mía, discreta y sobre todo ahorrativa, que es lo esencial.
Podéis imaginar fácilmente, señora, que había que estar en estado tan horrible como en el que yo me
hallaba para aceptar semejante empleo. No sólo había infinitamente más trabajo del que mis fuerzas me
permitían emprender, sino que ¿cómo podía yo vivir con lo que me ofrecían? Sin embargo, procuré no
ofrecer resistencia, y me instalé aquella misma noche.
Si mi cruel situación me permitiera divertiros un instante, señora, cuando sólo debo pensar en
enterneceros, me atrevería a contaros alguno de los rasgos de avaricia de que fui testigo en aquella casa;
pero a partir del segundo año me