Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 137

disolutos no tardaron en apoderarse de aquellos dardos amenazadores; los acarician, los masturban, se los acercan a la boca, y el combate se vuelve de pronto más serio. SaintFlorent se agacha sobre el sillón en que me encuentro, de modo que mis nalgas abiertas se hallan exactamente a la altura de su boca; las besa, su lengua se introduce en uno y otro templo. Cardoville goza de él, ofreciéndose a su vez a los placeres de La Rose cuyo espantoso miembro se engulle inmediatamente en el reducto que le presentan, Julien, colocado debajo de Saint—Florent, lo excita con su boca agarrando sus caderas, y acompasándolas a las sacudidas de Cardoville que, tratando a su amigo a golpes, no le abandona sin que el incienso haya humedecido el santuario. Nada igualaba los delirios de Cardoville una vez que la crisis se apoderaba de sus sentidos: abandonándose con blandura al que le sirve de esposo, pero empujando con fuerza al individuo que le sirve de mujer, el insigne libertino, con unos estertores semejantes a los de un hombre que agoniza, pronunciaba entonces unas blasfemias espantosas. Saint—Florent, por su parte, se contuvo, y el cuadro se descompuso sin que él hubiera aportado nada. —En verdad —dijo Cardoville a su amigo—, me sigues dando tanto placer como cuando sólo tenías quince años... No cabe duda —prosiguió volviéndose y besan do a La Rose— de que este guapo mozo sabe excitarme bien... ¿No me has encontrado hoy muy ancho, querido ángel?... ¿Creerás, Saint—Florent, que es la trigésimo sexta vez que lo hago hoy?... A la fuerza tenía que salir. Para ti, querido amigo — continuó ese hombre abominable colocándose en la boca de Julien, con la nariz pegada a mi trasero y el suyo ofrecido a SaintFlorent—, para ti la treinta y siete. Saint-Florent disfrutó de Cardoville, La Rose disfrutó de Saint—Florent, y éste, al cabo de una breve carrera, quema con su amigo el mismo incienso que había recibido. Si bien el éxtasis de Saint—Florent era más concentrado, no por ello era menos vivo, menos ruidoso, menos criminal que el de Cardoville; uno exclamaba a gritos todo lo que se le ocurría, el otro contenía sus arrebatos sin que por ello fueran menos activos; seleccionaba sus palabras, pero con ello eran aún más sucias y más impuras: en una palabra, el extravío y la rabia parecían ser las características del delirio del primero; la maldad y la ferocidad se encontraban descritas en el otro. —Vamos, Thérèse, reanímanos —dijo Cardoville—; ya ves que las antorchas están apagadas, hay que encenderlas de nuevo. Mientras Julien se disponía a disfrutar de Cardoville, y La Rose de Saint—Florent, los dos libertinos, agachados sobre mí, debían alternativamente colocar en mi boca sus dardos embotados; cuando yo se lo chupaba a uno, tenía que sacudir y masturbar con mis manos al otro, después con el licor espirituoso que me habían dado debía humedecer el miembro mismo y todas las partes contiguas; pero no debía limitarme únicamente a chupar, era preciso que mi lengua girara en torno a los glandes, y que mis dientes los mordisquearan al mismo tiempo que mis labios los apretaban. Mientras tanto nuestros dos pacientes eran vigorosamente sacudidos; Juli