Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 134
habría hecho con él.
Llega; y como yo había pedido verle a solas, le dejan en libertad en mi habitación. Me había sido fácil
ver, por las señales de respeto que se le habían prodigado, cuál era su preponderancia en Lyon.
—¡Cómo! ¿Eres tú? —me dijo arrojando sobre mí una mirada llena de desprecio—, la letra me había
confundido; la creía de una mujer más honesta que tú, y a la que habría ayudado con todo mi corazón.
Pero ¿qué quieres que haga por una imbécil de tu clase? Conque eres culpable de cien crímenes a cuál
más espantoso, y cuando se te propone un medio de ganarte honestamente la vida, ¿lo rechazas
testarudamente? Jamás nadie llevó la estupidez tan lejos.
—¡Oh, señor! —exclamé—, yo no soy culpable.
—¿Qué hace falta, pues, para serlo? —replicó agriamente aquel hombre duro—. La primera vez en mi
vida que te veo es en medio de una banda de ladrones que quieren asesinarme; ahora, en las prisiones de
esta ciudad, acusada de tres o cuatro nuevos crímenes, y, según se dice, llevando sobre tus hombros la
marca garantizada de los antiguos. Si a eso le llamas ser honrada, cuéntame lo que hace falta para no
serlo.
—¡Santo cielo, señor! —contesté—. ¿Cómo podéis reprocharme la época de mi vida en que os conocí?
¿No me tocaría más bien a mí haceros sonrojar? Bien sabéis, señor, que yo estaba a la fuerza con los
bandidos que os asaltaron; querían arrebataros la vida, yo os la salvé, facilitando vuestra evasión y
escapándonos los dos. ¿Qué hicisteis vos, hombre cruel, para agradecerme este favor? ¿Es posible que
podáis recordarlo sin horror? Quisisteis asesinarme; me aturdisteis con golpes espantosos y,
aprovechando el estado en que me habíais dejado, me arrancasteis lo que yo tenía de más querido; con un
refinamiento inigualable en crueldad, me robasteis el poco dinero que poseía, ¡como si hubierais deseado
que la humillación y la miseria acabaran de aplastar a vuestra víctima! Lo conseguisteis, bárbaro; sin duda
vuestros éxitos son totales; vos me habéis sumido en la desgracia, vos habéis entreabierto el abismo
donde no he cesado de caer desde aquel desdichado instante. De todos modos, lo olvido todo, señor, sí,
todo se borra en mi memoria, os pido incluso perdón por atreverme a reprochároslo, pero ¿podríais
ocultaros que me debéis algunas compensaciones, alguna gratitud por vuestra parte? ¡Ah! Dignaos no
cerrar a ella vuestro corazón cuando el velo de la muerte se extiende sobre mis tristes días; no es a ella a
quien temo, sino a la ignominia; salvadme del horror de morir como una criminal: todo lo que exijo de
vos se limita a esta única gracia, no me la neguéis, y el cielo y mi corazón os recompensarán por ello
algún día.
Estaba inundada en lágrimas, arrodillada ante aquel hombre feroz, y lejos de leer en su rostro el efecto
que yo debía esperar de las conmociones con que contaba sacudir su alma, sólo distinguía en él una
alteración de músculos causada por este tipo de lujuria cuyo germen es la crueldad. Saint—Florent estaba
sentado delante de mí; sus ojos negros y malvados me miraban de una manera espantosa, y veía que su
mano realizaba unos toqueteos que demostraban que el estado en que yo le ponía estaba muy lejos de ser
el de la piedad. De todos modos, disimuló y, levantándose, me dijo:
—Escucha, todo tu proceso está aquí en manos del señor de Cardoville; no necesito decirte el puesto que
ocupa; te basta con saber que sólo de él depende tu suerte. Es íntimo amigo mío desde la infancia, voy a
hablarle; si accede a determinados acuerdos, vendrán a buscarte al caer la noche, a fin de que te vea en su
casa o en la mía. En el secreto de un interrogatorio semejante, le será mucho mas fácil volverlo todo en tu
favor de lo que podría hacer aquí. Si se consigue esta gracia, justifícate cuando le veas, demuéstrale tu
inocencia de una manera que le persuada; es todo lo que puedo hacer por ti. Adiós, mantente preparada
para cualquier acontecimiento, y sobre todo no me hagas dar pasos en falso.
Saint-Florent salió. Nada igualaba mi perplejidad; había tan poca concordancia entr