Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 133
mis caprichos, los satisfarás todos sin mayor reflexión; te entregarás también a los de mis compañeros: en
una palabra, serás mía como la más sumisa de las víctimas... Ya me oyes: la tarea es ruda; ya sabes cuáles
son las pasiones de los libertinos de nuestra clase: decídete pues, y no demores tu respuesta.
—Váyase, padre —contesté horrorizada—, váyase, sois un monstruo al atreveros a abusar tan cruelmente
de mi situación para colocarme entre la muerte y la infamia. Sabré morir si es preciso, pero será por lo
menos sin remordimientos.
—¡Como quieras! —me dijo aquel hombre cruel retirándose—; jamás he sabido forzar a la gente a ser
feliz... La virtud te ha funcionado tan bien hasta ahora, Thérèse, que tienes razón en incensar sus altares...
Adiós: procura sobre todo no llamarme otra vez.
Salía; pero un impulso superior a mis fuerzas me empuja a sus rodillas.
—Tigre —exclamé llorando—, abre tu corazón de roca a mis espantosos males, y no me impongas para
acabar con ellos unas condiciones más espantosas para mí que la muerte...
La violencia de mis gestos había hecho desaparecer los velos que cubrían mi seno; estaba desnudo, mis
cabellos flotaban en desorden sobre él, inundado por mis lágrimas. Inspiro, de este modo, deseos a aquel
hombre deshonesto... deseos que quiere satisfacer al instante. Se atreve a mostrarme hasta qué punto mi
estado los excita; se atreve a concebir esos placeres en medio de las cadenas que me rodean, debajo de la
espada que me espera para herirme... Yo estaba arrodillada... me derriba, se precipita conmigo sobre la
miserable paja que me sirve de lecho. Quiero gritar, hunde con rabia un pañuelo en mi boca; ata mis
brazos: dueño de mí, el infame me examina por todas partes... todo se convierte en la presa de sus
miradas, de sus manoseos y de sus pérfidas caricias; satisface finalmente sus deseos.
—Escucha —me dice soltándome y recomponiéndose—, tú no quieres que yo te sea útil, ¡allá tú!, te dejo.
Ni te ayudaré ni perjudicaré, pero si se te ocurre decir una sola palabra de lo que acaba de ocurrir,
acusándote de los crímenes mas enormes te quito al instante cualquier medio de poder defenderte:
piénsalo bien antes de hablar. Me creen dueño de tu confesión... ya me entiendes: se nos permite revelarlo
todo cuando se trata de un criminal. Entiende bien la intención de lo que voy a decir al guardián, o acabo
de aplastarte en un instante.
Llama, aparece el carcelero:
—Señor —le dijo aquel traidor—, esta buena mujer se confunde, ha querido hablar de un padre Antonin
que está en Burdeos. Yo no la conozco de nada ni la he visto nunca: me ha rogado que oyera su
confesió