Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 128
le digo con aire aterrorizado que corra hacia su amo que se muere, y alcanzo la puerta sin encontrar más
resistencia. Ignoraba los caminos, no me habían dejado verlos, tomo el primero que se me ofrece... Es el
de Grenoble; todo nos sirve cuando la Fortuna se digna a sonreírnos un momento; en la posada seguían
acostados, me introduzco secretamente en ella y me dirijo apresuradamente a la habitación de Valbois.
Llamo, Valbois se despierta y casi no me reconoce en el estado en que me hallo; me pregunta qué me
pasa; le cuento los horrores de los que acabo de ser a un tiempo víctima y testigo.
—Podéis hacer detener a la Dubois —le digo—, no está lejos de aquí, es posible que pueda indicaros el
camino... ¡Desgraciada! Independientemente de todos sus crímenes, ha vuelto a robarme mis ropas y los
cinco luises que me disteis.
—¡Oh, Thérèse! —me dijo Valbois—, sois sin duda la mujer más desdichada que hay en el mundo, pero
fijaros, sin embargo, honesta criatura, en como, en medio de los males que os abruman, una mano
celestial os mantiene. Que esto sea para vos un motivo suplementario para ser siempre virtuosa, jamás las
buenas acciones carecen de recompensa. No persigamos a la Dubois, mis razones para dejarla en paz son
las mismas que os exponía ayer. Reparemos únicamente el mal que os ha hecho. Aquí tenéis, en primer
lugar, el dinero que os ha robado.
Una hora después una costurera me trajo dos trajes completos y ropa interior.
—Pero hay que irse, Thérèse —me dijo Valbois—, hay que irse hoy mismo. La Bertrand cuenta con ello.
Le he rogado que se retrasara unas horas por vos, así que acompañadla.
—¡Oh, virtuoso joven! —exclamé, cayendo en los brazos de mi bienhechor—. ¡Ojalá el cielo os devuelva
algún día todos los bienes que me ofrecéis!
Vamos, Thérèse —me contestó Valbois abrazándome—, yo ya disfruto de la dicha que me deseáis,
puesto que la vuestra es obra mía... Adiós.
Así es como abandoné Grenoble, señora, y si bien no encontré en esa ciudad toda la felicidad que yo
había supuesto, en ninguna como en ella descubrí tantas personas honradas reunidas para lamentar o
calmar mis males.
Mi guía y yo íbamos en una pequeña carreta cubierta tirada por un caballo al que dirigíamos desde el
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