Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 120
Poco contenta con este descubrimiento, contesté, sin embargo, con cortesía, pues estaba tratando con la
mujer más inteligente y más astuta que existió en Francia: no hubo manera de escapársele. La Dubois me
colmó de amabilidades, me dijo que se había interesado por mi suerte como toda la ciudad, pero que si
hubiera sabido que se trataba de mí, no habría habido ningún tipo de gestiones que no hubiera hecho ante
los magistrados, varios de los cuales, según pretendía, eran amigos suyos. Débil como de costumbre, me
dejé llevar a la habitación de esa mujer y le conté mis desdichas.
—Querida amiga —me dijo, abrazándome una vez más—, si he deseado verte con mayor intimidad es
para contarte que disfruto de una gran fortuna, y que cuanto tengo está a tu servicio; mira —me dijo,
abriéndome unos joyeros llenos de oro y de diamantes—, ahí están los frutos de mi ingenio; si hubiera
incensado la virtud como tú, a estas alturas estaría encerrada o ahorcada.
—Oh, señora —le dije—, si sólo debéis todo eso a unos crímenes, la Providencia, que siempre acaba por
ser justa, no os lo dejará disfrutar largo tiempo.
—Estás en un error —me dijo la Dubois—, no te creas que la Providencia favorece siempre la virtud; que
un breve instante de prosperidad no te ciegue hasta este punto. Para el mantenimiento de las leyes de la
Providencia tanto da que Pablo siga el mal, como que Pedro se entregue al bien; la naturaleza necesita una
suma igual de uno y de otro, y una mayor práctica del crimen que de la virtud es la cosa del mundo que le
resulta más indiferente. Escucha, Thérèse, escúchame con un poco de atención —prosiguió esa
corruptora, sentándose y haciéndome poner a su lado—; tú eres inteligente, hija mía, y me gustaría
convencerte de una vez.
»No es la opción que el hombre hace de la virtud lo que le permite encontrar la felicidad, querida
muchacha, pues la virtud sólo es, al igual que el vicio, una de las maneras de comportarse en el mundo;
así pues, no se trata de seguir la una más que la otra; se trata de caminar siempre por el camino principal;
el que se aparta de él siempre se equivoca. En un mundo enteramente virtuoso, yo te aconsejaría la virtud,
porque al estar las recompensas vinculadas a ella, allí reside infaliblemente la felicidad; en un mundo
totalmente corrompido, siempre te aconsejaré el vicio. El que no sigue el camino de los demás perece
inevitablemente; choca con todo lo que encuentra, y como es el más débil, es absolutamente inevitable
que no resista. Las leyes quieren restablecer el orden y encaminar los hombres a la virtud, pero es en
vano; demasiado prevaricadoras para conseguirlo, demasiado insuficientes para alcanzarlo, los apartarán
un instante del camino hollado, pero jamás llegarán a hacerlos abandonar. Cuando el interés general de
los hombres les llevará a la corrupción, el que no quiera corromperse con ellos luchará, pues, en contra
del interés general; ahora bien, ¿qué felicidad puede esperar aquel que contraría perpetuamente el interés
de los demás? Me dirás que es el vicio lo que contraría el interés de los hombres.
Te lo concedería en un mundo compuesto de una parte igual de buenos y de malvados, porque entonces el
interés de unos choca visiblemente con el de los otros. Pero eso no es así en una sociedad totalmente
corrompida; mis vicios, entonces, al ofender únicamente al vicioso, determinan en él otros vicios que le
compensan, y los dos nos sentimos dichosos