Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 119

Todo cambió al día siguiente de la marcha de Roland. Su sucesor, hombre dulce y razonable, nos hizo soltar al instante. —Este no es trabajo para un sexo débil y delicado —nos dijo con bondad—; es cosa de animales hacer funcionar esta máquina. El oficio que tenemos es bastante criminal sin necesidad de ofender aún más al Ser supremo con unas atrocidades gratuitas. Nos instaló en el castillo, y me colocó, sin exigir nada de mí, en posesión de las tareas que realizaba la hermana de Roland. Las restantes mujeres fueron ocupadas en la talla de piezas de moneda, tarea mucho menos fatigante sin duda y de la que, sin embargo, se veían recompensadas, al igual que yo, con buenas habitaciones y una excelente nutrición. Al cabo de dos meses, Dalville, sucesor de Roland, nos informó de la feliz llegada de su colega a Venecia: ya estaba instalado, había hecho su fortuna, disfrutaba de todo el descanso y de toda la felicidad que había podido desear. La suerte del que le sustituía no fue ni con mucho la misma. El desdichado Dalville era honesto en su profesión: y eso bastaba para que no tardaran en aplastarlo. Un día que todo estaba tranquilo en el castillo, pues bajo las leyes de aquel buen amo, el trabajo, aunque criminal, se efectuaba, sin embargo, con alegría, las puertas fueron reventadas, los fosos escalados y la casa, antes de que nuestra gente pudiera pensar en su defensa, se llenó con más de sesenta jinetes de la gendarmería. Hubo que rendirse; no cabía hacer otra cosa. Nos encadenaron como animales; nos ataron sobre unos caballos y nos llevaron a Grenoble. «¡Oh, santo cielo!», me dije al entrar allí, «será, pues, el cadalso mi suerte en esta ciudad en la que había cometido la locura de creer que la felicidad debía nacer para mí... ¡Oh, presentimientos humanos, qué engañosos sois!» El proceso de los monederos falsos no tardó en ser sentenciado; todos fueron condenados