Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 116
—Salgamos, Thérèse —me dijo Roland—; sólo volverás aquí cuando sea tu turno.
—Cuando queráis, señor, cuando queráis —contesté—. Prefiero la muerte a la vida espantosa que me
dais. ¿Acaso puede resultarnos valiosa la vida a unas desdichadas como nosotras?...
Y Roland me encerró en mi calabozo. Al día siguiente mis compañeras me preguntaron qué había pasado
con Suzanne. Se lo conté. No se asombraron; todas esperaban la misma suerte, y todas, siguiendo mi
ejemplo, viendo en ello el fin de sus males, la deseaban con urgencia.
Así pasaron dos años, Roland en sus excesos habituales, yo en la horrible perspectiva de una muerte
cruel, cuando finalmente se divulgó por el castillo la noticia de que no sólo los deseos de nuestro amo
habían sido satisfechos, no sólo recibía con destino a Venecia la inmensa cantidad de pagarés que había
deseado, sino que le pedían otros seis millones más de falsas monedas cuyos fondos le harían llegar a su
voluntad a Italia. Era imposible que el malvado gozara de una suerte mayor; se iba con más de dos
millones de renta, sin contar las esperanzas que podía concebir. Este era el nuevo ejemplo que me ofrecía
la Providencia, la nueva manera con la que quería convencerme una vez más de que la prosperidad sólo
correspondía al crimen y el infortunio a la virtud.
Así estaban las cosas cuando Roland vino a buscarme para bajar por tercera vez a la bodega. Me
estremecí al recordar las amenazas que me había hecho la última vez que habíamos ido allí.
—Tranquilízate —me dijo—, no tienes nada que temer, se trata de algo que sólo me concierne a mí... una
voluptuosidad especial de la que quiero disfrutar y que no te hará correr ningún riesgo.
Le sigo. Así que ha cerrado todas las puertas, Roland me dice:
—Thérèse, en toda la casa sólo me atrevo a confiar en ti para este asunto. Necesitaba una mujer muy
honrada... Confieso que sólo te he encontrado a ti, a quien prefiero antes incluso que a mi hermana...
Llena de sorpresa, le ruego que se explique.
—Escúchame —me dice—; mi fortuna está hecha, pero por muchos favores que haya recibido de la
suerte, ésta puede abandonarme de un momento a otro. Es posible que me espíen, es posible que se
apoderen de mí en el traslado que voy a hacer de mis riquezas, y, si esta desgracia se produce, lo que me
espera, Thérèse, es la soga; el mismo placer que me encanta hacer saborear a las mujeres me servirá de
castigo. Estoy convencido, en la medida en que es posible estarlo, de que esta muerte es infinitamente
más dulce que cruel; pero, como las mujeres a las que he hecho experimentar las primeras angustias
jamás han querido ser sinceras conmigo, quiero conocer la sensación sobre mi propia persona. Quiero
saber, por mi propia experienci