Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 113
—Hasta la última fase —me contestó Roland—: no existe un único extravío en el mundo a que no me
haya entregado, ni un crimen que no haya cometido, así como tampoco ninguno que mis principios no
excusen o legitimen. He sentido incesantemente por el mal una especie de atracción que siempre
redundaba en beneficio de mi voluptuosidad; el crimen enciende mi lujuria; cuanto más espantoso es, más
me excita; disfruto cometiéndolo del mismo tipo de placer que la gente normal saborea únicamente en la
lubricidad, y me he encontrado cien veces, pensando en el crimen, entregándome a él, o acabando de
cometerlo, completamente en el mismo estado en que se está al lado de una hermosa mujer desnuda;
excitaba mis sentidos de la misma manera, y lo cometía para inflamarme, al igual que uno se acerca a un
bello objeto con las intenciones de la impudicia.
—¡Oh, señor!, lo que decís es espantoso, pero he visto ejemplos de ello.
—Hay mil, Thérèse. No debemos imaginar que sea la belleza de una mujer lo que más excita la mente de
un libertino: es más bien el tipo de crimen a que han vinculado las leyes su posesión. La prueba está en
que, cuanto más criminal es esa posesión, más excitados nos sentimos. El hombre que disfruta de una
mujer que roba a su marido, de una hija que arrebata a sus padres, se siente mucho más complacido sin
duda que el marido que disfruta de su mujer; y cuanto más respetables parecen los vínculos que rompe,
más aumenta la voluptuosidad. Si es su madre, si es su hermana, si es su hija, añade nuevos atractivos a
los placeres experimentados. ¿Alguien ha saboreado todo eso? Quisiéramos que los diques aumentaran
aún para encontrar más dificultades y más atractivos en salvarlas. Ahora bien, si el crimen sazona un
goce, es posible también que, separado de él, él mismo sea goce; así pues, existirá entonces un goce
seguro exclusivamente en el crimen. Pues es imposible que lo que resulta picante, no lo contenga en sí, y
en gran cantidad. Por lo que supongo que el rapto de una joven para uno mismo proporcionará un placer
muy vivo, pero el rapto por cuenta ajena dará todo el placer con que el goce de esa joven se veía
mejorado por el rapto. El rapto de un reloj, de una bolsa, lo darán igualmente, y si he habituado mis
sentidos a sentirse conmovidos por una cierta voluptuosidad por el rapto de una joven, en tanto que rapto,
este mismo placer y esta misma voluptuosidad aparecerán en el rapto del reloj, en el de la bolsa, etc. Y
eso es lo que explica la fantasía de tantas personas honradas que roban sin necesitarlo. Nada más simple,
a partir de ahí, tanto que se saborean los mayores placeres en todo lo que sea criminal como que se
conviertan, por todo lo que cabe imaginar, los goces simples en lo más criminales posible.
Comportándose así, no se hace más que añadir a este goce la dosis de picante que le faltaba y que era
indispensable para la perfección de la felicidad. Ya sé que tales sistemas llevan muy lejos, y es posible
incluso que dentro de poco te lo demuestre, Thérèse, pero ¿qué importa con tal de que se disfrute? ¿Hay,
por ejemplo, querida joven, algo más simple y más natural que verme gozar de ti? Pero tú te opones, me
pides que no lo