Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 112

era el fruto de sus lubricidades. Fue ella quien me contó que Roland estaba en vísperas de irse a Venecia, si las sumas considerables que acababa de hacer llegar últimamente a España le reportaban las letras de cambio que esperaba para Italia, porque jamás quiso transportar su oro al otro lado de las montañas; no lo enviaba nunca: hacía llegar sus monedas falsas a un país diferente de aquel donde se proponía habitar; de ese modo, poseedor únicamente en el lugar donde quería establecerse de los papeles de otro reino, sus bribonadas jamás podían descubrirse. Pero todo podía fallar en un instante, y el retiro que meditaba dependía absolutamente de esta última negociación, en la que había comprometido la mayor parte de sus tesoros. Si Cádiz aceptaba sus piastras, sus cequíes, sus luises falsos, y le mandaba a cambio de ello unas letras sobre Venecia, Roland viviría feliz el resto de su vida; si el fraude era descubierto, bastaba un solo día para poner patas arriba el endeble edificio de su fortuna. —¡Ay! —dije al enterarme de esos detalles—, por una vez la Providencia será justa, no permitirá el éxito de un monstruo semejante, y todas nosotras seremos vengadas... ¡Dios mío! ¡Cómo podía razonar así a partir de la experiencia que había adquirido! Al mediodía, nos daban dos horas de reposo que aprovechábamos para ir, siempre por separado, a respirar y comer en nuestras habitaciones; a las dos, nos ataban de nuevo y nos hacían trabajar hasta la noche, sin que jamás se nos permitiera entrar en el castillo. Si íbamos desnudas, no sólo era a causa del calor, sino más aún a fin de poder recibir mejo ȁ