Literatura BDSM Justine o Los Infortunios de La Virtud (Sade) | Page 108
falta que ya hayas cometido, sino sólo para mostrarte cómo me comporto con las que las cometen.
Lanzo unos gritos estridentes debatiéndome bajo mis grilletes; mis contorsiones, mis aullidos, mis
lágrimas, las crueles expresiones de mi dolor sólo sirven de diversión a mi verdugo...
—¡Ah!, ya verás lo que te espera, buscona —dijo Roland—. Tus penas no han hecho sino comenzar, y
quiero que conozcas hasta los más bárbaros refinamientos de la desdicha.
Me deja.
Seis oscuros reductos, situados debajo de una gruta alrededor del vasto pozo, y que se cerraban como
calabozos, nos servían de retiro durante la noche. Como ésta llegó poco después de que yo estuviera en la
funesta cadena, vinieron a soltarme, igual que a mis compañeras, y nos encerraron después de darnos la
ración de agua, de habas y de pan que había mencionado Roland. Apenas estuve sola, me abandoné a mis
anchas al horror de mi situación. ¿Es posible, me decía, que existan hombres tan duros como para sofocar
en su interior el sentimiento de la gratitud?... Una virtud a la que yo me entregaría con tanto placer, si
alguna vez un alma honrada me colocara en el caso de sentirla, ¿es posible, pues, que sea ignorada por
algunos seres, y quienes la sofocan con tanta inhumanidad pueden ser otra cosa que unos monstruos?
Estaba sumida en esas reflexiones, cuando de repente oigo abrir la puerta de mi calabozo: es Roland. El
malvado viene a acabar de ultrajarme utilizándome para sus odiosos caprichos: ya podéis suponer, señora,
que debían ser tan feroces como sus actitudes, y que para un hombre semejante los placeres del amor
mostraban necesariamente los tintes de su odioso carácter. Pero ¿cómo abusar de vuestra paciencia para
contaros nuevos horrores? ¿Acaso ya no he manchado en exceso vuestra imaginación con infames
relatos? ¿Debo atreverme a más?
—Sí, Thérèse —dijo el señor de Corville—, sí, exigimos de ti estos detalles, tú los enmascaras con una
decencia