en la terraza que precedía al jardín, sentado en un sillón de mimbre, con un cigarrillo entre
los labios, había una especie de gigante calvo, enorme vientre que le tensaba la camisa
desabrochada y el pantalón de lino, que miraba a O. Se levantó y se acercó a Sir Stephen, que
empujaba suavemente a O ante él. O vio que de una cadenita que asomaba del bolsillo del
reloj colgaba el disco de Roissy. Sir Stephen se lo presentó cortes-mente, aunque sin darle otro
nombre que el Comandante y, por primera vez desde que trataba con los afiliados de Roissy
(aparte Sir Stephen), O tuvo la sorpresa de ver que le besaban la mano. Entraron los tres en la
sala, dejando el balcón abierto. Sir Stephen se acercó a la chimenea del ángulo y llamó. Encima
de la mesa china, al lado del diván, O