Literatura BDSM Historia de O | Page 95

en la mesa el vaso de agua helada y sus miradas se cruzaron, hizo comprender a O que Jacqueline se sabía descubierta. Pero no parecía inquieta. Fue O la que enrojeció. — ¿Tienes calor? —preguntó Jacqueline—, En cinco minutos nos vamos. Además, te sienta muy bien. Después, volvió a sonreír, pero esta vez con tan tierno abandono, levantando los ojos hacia su interlocutor, que parecía imposible que éste no se abalanzara a besarla. Pero no. Él era demasiado joven para saber el impudor que hay en la inmovilidad y el silencio. Dejó que Jacqueline se levantara, le tendiera la mano y le dijera adiós. Ya lo llamaría. Él se despidió también de la sombra que para él había sido O y, de pie en la acera, vio alejarse el «Buick» negro por la avenida, entre las casas, que el sol quemaba, y el mar excesivamente azul. Las palmeras parecían recortadas de hojalata, los transeúntes, muñecos de cera mal fundida, animados por un mecanismo absurdo. — ¿Tanto te gu